A principios de enero de 1958 el General Marcos Pérez Jiménez andaría orondo con el fraudulento plebiscito que abusivamente había impuesto. De no haber sido tipo serio quizás pensaría en salir bailando en televisión con doña Flor. Poco imaginaría que pronto abordaría la “Vaca Sagrada” para huir a Santo Domingo.
Acontece que los regímenes dictatoriales suelen llevar en sus entrañas las semillas de su propia destrucción. Sobre todo, cuando el núcleo de poder es una pandilla armada, unida fundamentalmente por bajos intereses.
Si las bases institucionales y los principios democráticos de una nación se han prostituido por el más abyecto servilismo, lo que queda para sustentar un sistema dictatorial es apenas el turbio entramado de intereses compartidos de sus principales capitostes.
Son muy frágiles las lealtades y aumenta la precariedad de un régimen cuando entre sus principales integrantes prevalece un alto índice de oportunismo, ruindad moral y torpeza intelectual.
La inestabilidad crece durante las secuelas de etapas intensamente personalistas, donde la principal “credencial” de encumbramiento político ha sido la más abyecta degradación ante un caudillo: Los escombros humanos que quedan en su estela -sin pizca de mérito propio- difícilmente logran sustentar un poder que jamás ganaron ni merecieron.
Una de las dictaduras más arraigadas de América fue la del paraguayo Alfredo Stroessner entre 1954 y 1989. Stroessner “ganó” su última elección en 1988 con “89% de los votos”, pero en febrero de 1989 salía huyendo hacia Brasil. ¿Qué pasó?
El viejo dictador creyó consolidar su régimen militar casando a su hijo “Freddie” con una hija del general Andrés Rodríguez, jefe de las Fuerzas Armadas paraguayas. Pero se cuenta que un buen día el hijo de Stroessner le propinó una paliza a la hija de Rodríguez. Poco después Rodríguez sacó al consuegro del poder.
El episodio ilustra la intrínseca vulnerabilidad de un régimen de pura fuerza y baja calaña, así viva proclamándose firme y “monolítico”.
Hay quienes desesperan ante la supervivencia de cualquier dictadura militar que parece “atornillada”: Deben recordar que son gigantes con pies de barro que de repente se deshacen en determinadas circunstancias.
Las caídas de las dictaduras opacas rara vez son transparentes. Por estas partes pueden pasar años de lucha tenaz y heroica contra una tiranía, utilizando todas las vías cívicas al alcance para crear condiciones. Y cuando menos se espera se escuchan esas famosas palabras: “¡Corran a prender el televisor!” Quién a hierro mata, no fallece a sombrerazos.