Divisiones, incapacidad para capitalizar el descontento. La oposición venezolana enfrenta la amenaza de implosionar por diferencias sobre cómo sacar al chavismo del poder, si bien mantiene un apoyo mayoritario.
Tras poner fin 17 años de hegemonía oficialista en el Parlamento, con un triunfo arrasador en las elecciones de diciembre de 2015, la coalición Mesa de la Unidad Democrática (MUD) se ve resquebrajada.
«Un año después el gobierno está más débil, pero ¿la oposición está más fuerte? No lo está y hay que decirlo con claridad», admitió hace poco el excandidato presidencial Henrique Capriles.
El secretario ejecutivo de la MUD, Jesús Torrealba, fue aún más lejos cuando afirmó que el liderazgo opositor está «fracturado y enfrentado» justo cuando debería ser la brújula de un país hundido en su peor crisis económica, con escasez de alimentos, medicinas y hasta de billetes.
Para el politólogo John Magdaleno, mientras la oposición se hunde en disputas internas, «no canaliza el malestar».
«La conflictividad social puede salirse de control y llevarse por delante el liderazgo del gobierno, chavismo y oposición», advirtió.
Los venezolanos vivieron en los últimos días momentos de desesperación luego de que el gobierno del presidente Nicolás Maduro descontinuara el billete de mayor valor -de 100 bolívares- para sustituirlo por nuevas denominaciones que hagan frente a la voraz inflación.
Pero los nuevos billetes no llegaron a tiempo y violentas protestas estallaron en varias ciudades con saldo de tres muertos. Maduro aplazó hasta el 2 de enero la salida del de 100.
El diálogo: la pólvora
Las diferencias en la MUD se agudizaron tras el inicio de un diálogo con el gobierno, el 30 de octubre, para superar la crisis. Las conversaciones fueron rechazadas por 16 de los 29 partidos de la coalición.
Voluntad Popular (VP), del encarcelado Leopoldo López, considera que el gobierno usó las negociaciones para enfriar las protestas por la suspensión del proceso de referendo revocatorio contra Maduro. Su reactivación fue exigida en la mesa de negociaciones, sin éxito.
«El diálogo puso en evidencia duros desacuerdos internos en materia estratégica (…) Si la MUD no resuelve esto, corre el riesgo de que las fisuras se conviertan en fracturas irreversibles», señaló Magdaleno.
La oposición congeló las conversaciones que auspician el Vaticano y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), al acusar al gobierno de incumplir lo pactado.
Su principal exigencia era concertar una salida electoral a la crisis, a través del revocatorio o del adelanto de las elecciones presidenciales de 2018.
Los acercamientos le pasaron factura a la MUD. Desde su inicio, el apoyo a la coalición cayó de 45% a 38%, según la firma Keller y Asociados. Sin embargo, duplica al del chavismo.
Granada fragmentaria
Varias granadas han explotado dentro de la MUD, en palabras de Torrealba.
La más reciente, el pasado jueves, cuando la mayoría Legislativa no logró reunir los diputados necesarios para nombrar a dos rectores del Poder Electoral, al que considera parte del chavismo.
Es «una granada fragmentaria que destruye la unidad», denunció el secretario de la MUD.
Los dos rectores habían sido designados por el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), que tiene maniatado al Parlamento con una declaratoria de «desacato».
«La MUD atraviesa una crisis funcional. Salta a la vista cómo las diferencias están a la orden del día y cómo en vez de aprovechar momentos para acompañar a la población en esta crisis, libra una guerra de culpas», dijo a la AFP el politólogo Édgard Gutiérrez.
Varios partidos propusieron retomar la ofensiva contra Maduro desde el Parlamento y las calles. El pasado martes la Asamblea declaró la «responsabilidad política» del presidente en la crisis, pero la decisión fue anulada por el TSJ.
El viernes la MUD realizó dos «encerronas» -reuniones secretas- para debatir su crisis. Pero de momento, no ha difundido ningún plan estratégico.
«La MUD debe salir de nuevo a persuadir, entusiasmar y movilizar a sus seguidores y avanzar en una ruta de presión y acción política usando su activo más importante: una población descontenta y hambrienta de cambio», destacó Gutiérrez.