Piadosos, degradados y violentos

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Rosalicia todos los días hace una hora santa en la Iglesia San Judas Tadeo de La Pastora antes de bajar al centro de Caracas para realizar sus compras y diligencias. Dentro de la precariedad estándar que vive el pueblo venezolano ella agradece los bienes básicos que con esfuerzo familiar les permiten subsistir. Su angustia es observar como la bestial decadencia nacional impacta a las personas más vulnerables, como niños y ancianos, quiénes según estudios médicos padecen en alto porcentaje de desnutrición y enfermedades múltiples que gravitan sobre el hambre y la insalubridad.

Rosalicia al igual que centenares de miles de venezolanos se ha instalado en un nivel de conciencia superior y antes que dejarse derrotar por las necesidades extremas, eleva su espíritu mediante la oración y con el alma puesta en ruego pide misericordia ante el Todopoderoso para que alivie las penurias que afligen a millones de compatriotas contra quienes el
comunismo ha desatado una maldad satánica y cada día de mayor intensidad.

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Hace pocos días al bajar hacia El Silencio en el puente El Guanábano vio una disputa que le desgarró las entrañas y le produjo una conmoción moral que todavía le mantiene en crisis de dolor social. Frente a una bolsa de basura competían por su contenido una anciana y un perrito, ambos con la mirada puesta en los desperdicios que asomaban por unos pequeños agujeros hechos por gusanos. La señora con vestido y zapatos a la medida y que una vez fueron ropa de ocasión comprada en tienda. Ella metía las manos dentro de la bolsa y se le hundían sin lograr asir nada porque el tiempo y los gusanos habían convertido los desechos en una masa húmeda y pestilente, pero ella porfiaba y por sus dedos resbalaba el gelatinoso bodrio que aspiraba comer, más eficiente fue el perrito que a dentelladas rompió la bolsa y comenzó a comer del suelo. Al verse en absoluta desventaja la anciana se puso en cuatro patas y también se dispuso a devorar la basura poniendo su boca contra la acera.

Rosalicia corrió a su lado y la levantó en un abrazo de angustia y misericordia, le dio el dinero que llevaba para la compra de granos y verduras, con un pañuelo le limpió la cara y los ojos azules de Inés María le atravesaron la piel. Allí frente a ella estaba la mamá de unos vecinos que desde hacía meses se habían marchado a España con la promesa de llevarse luego a su madre, nada mas estabilizarse.

En el puente El Guanábano se habían reunido la piedad y la degradación, dos estados básicos que han emergido de la crisis mortal que padecemos. Rosalicia llevó de la mano a Inés María hasta una panadería cercana con la intención de que comiera algo decente, algo para humanos y no para perros. Ambas se colocaron en una cola para adquirir pan canilla pero de pronto frente al mostrador donde despachaba un empleado se formó una discusión llevada a gritos y amenazas. Al parecer era algo relacionado con un vuelto, pero de la discusión se paso a los puños y de allí a una sampablera que termino en un saqueo del negocio.

Rosalicia e Inés María corrieron hacia la salida, incapaces de competir entre la rebatiña animal por unos cuantos panes. Al final un joven se compadeció de ellas al verlas arrinconadas y en estado de pánico en una esquina del negocio, hacia donde fueron aventadas por la trifulca. El joven le dio dos cachitos que ellas no sabían de donde los había sacado y al regresar por el puente El Guanábano vieron al perrito comiendo en paz.

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