Los golpes, heridas y arañazos en los brazos de Henrique Capriles son la cruda imagen de que el joven candidato opositor venezolano está dispuesto a «dejar la piel» para poner fin a 14 años de revolución socialista de Hugo Chávez.
Con su tono pausado y breves discursos, el gobernador de 40 años se ha dado baños de multitudes en todo el país, desde las remotas villas amazónicas a los peligrosos barrios capitalinos, en una intensa campaña que lo llevó a visitar casi 300 pueblos y perder varios kilos.
Acusado por sus adversarios de ser un títere de las élites empresariales y el «imperio» estadounidense, Capriles lleva un mensaje simple a los venezolanos: «Podemos estar mejor».
«¿Qué ha hecho el socialismo por ustedes? ¿Cuántas escuelas ha construido? ¿Cómo están los hospitales? ¿No creen que llegó la hora de avanzar?», ha preguntado insistentemente en su gira, que lo ha llevado a visitar hasta tres ciudades de tres diferentes estados en un mismo día.
Con su estrategia de recorrer el país «casa por casa» buscó mostrarse activo y cercano para contrastar con el menor ritmo de campaña de Chávez, quien enfrentó en menos de un año tres cirugías y dos severos tratamientos por un cáncer en la pelvis.
Capriles, que cursó estudios superiores en Amsterdam y Nueva York, promete cambios para hacer a la nación OPEP más amigable al sector privado y a la inversión foránea, pero ha evitado concretar sus planes consciente de que un paso en falso puede minar sus aspiraciones entre los que todavía dudan.
El Gobierno asegura que en realidad esconde un plan de ajuste «neoliberal» con el que desaparecerían las multimillonarias «misiones» en educación, salud y alimentación que sostienen la popularidad del presidente.
Proveniente de una acaudalada familia de empresarios que cuenta con una cadena de cines y medios de comunicación, Capriles se define de centro izquierda y asegura que seguirá los pasos del exitoso modelo mixto brasileño, una economía de mercado con fuerte acento social.
«Mi revolución es que el pueblo tenga agua, luz y empleos con calidad», aseguró en septiembre el abogado, quien podría coronar su meteórica carrera política, en la que ha sido diputado, alcalde y gobernador, arrebatándole a su locuaz rival el título de presidente más joven de la democracia.
ENTUSIASMO POR «EL FLACO»
Tras años de discrepancias y tensiones, los partidos que adversan a Chávez ungieron en febrero a Capriles como «candidato unitario» tras ganar unas primarias que rompieron todas las previsiones al convocar más de 3 millones de electores.
Este soltero, que se jacta de no haber perdido nunca una elección, ha entusiasmado como nunca a la oposición, que tras pasar años huérfana de líder y con el sentimiento «antiChávez» como único denominador común, se ha volcado a las calles para animar al «flaco».
Descendiente de una familia de polacos judíos, Capriles ha buscado alejarse de la desprestigiada vieja guardia opositora y venderse como un nuevo líder que sube a los barrios pobres en su propia moto, juega baloncesto con los jóvenes y atiende en persona los problemas de las comunidades.
Pero sus enemigos le recuerdan constantemente que durante el breve golpe contra Chávez trató de «asaltar» la embajada cubana en Caracas, un confuso incidente por el que pasó 4 meses preso y que él siempre ha negado.
Capriles ha admitido que revisaría los controles de precios y de cambios, las «fracasadas» nacionalizaciones y todos los programas de envío petrolero en condiciones preferenciales a países aliados del mandatario como Cuba, Bolivia y Nicaragua, pero niega que vaya a tocar PDVSA.
«A partir del 10 de enero del 2013, no saldrá ni un sólo barril de petróleo regalado a otros países», prometió Capriles desde el estado de Anzoátegui, un fuerte productor de crudo, prometiendo que usará esos recursos para la solución de problemas internos.
Chávez advierte que la oposición pondría fin a los subsidios y pensiones, liberaría los precios y privatizaría las enormes compañías públicas, incluyendo a la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA), el motor financiero del país.
Convencido que el cara a cara con el elector marcará la diferencia esta elección, Capriles atraviesa sonriente las multitudes que se apiñan para verlo, tocarlo y tratar de abrazarlo, a veces con tanto énfasis que dejan su marca en el cuerpo del candidato opositor.
«Juzguen quién está en el proceso de cambio y quién se enfermó en el poder», dijo Capriles en un gigantesco mitin para cerrar su campaña en Caracas. «Porque el que hoy está en el palacio de Miraflores defraudó al pueblo venezolano», clamó a una oposición convencida de que, esta vez sí, «hay un camino».
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