“¡Hasta la victoria siempre!” abrió Granma, diario oficial del Partido Comunista de Cuba. En un sistema que improvisa poco, aunque he leído a Norberto Fuentes que el difunto era maestro de la improvisación, tuvieron diez años para pensar el titular. “Muere Fidel Castro” es la primera plana de El Nuevo Herald de Miami, y reseña en su página web los festejos en las calles de Miami y la soledad en las de La Habana. En foto, vendedoras de comida callejera caminan por el malecón en la ciudad que duerme. “Aquel esplendor que fue La Habana” que diría Cabrera Infante, quien no está para enterarse. Yoani Sánchez, bloguera amiga, tuitea desde la isla “Unos lo despiden con dolor, otros con alivio… la gran mayoría con cierto toque de indiferencia”.
Fidel Castro es ya historia. Sobrevivió diez años, se supone que en medio de cuidados médicos de la mejor calidad, a una enfermedad que se dijo terminal desde que se conoció sorpresivamente en 2006. Quien escribe estaba en el sofocante verano madrileño y no hubo otro tema en la prensa y la televisión españolas. Largo tránsito que le permitió asomarse al postfidelismo. Tecnocracia militar imperante, revisión lenta de los dogmas y cambio progresivo en la retórica, relaciones con Estados Unidos, aunque represión intacta. El régimen dinástico sonríe para la exportación pero arruga la cara hacia adentro, aunque la realidad, esa terca indomable, se las ingenia para abrirse paso. Poco a poco. Más lentamente de lo que yo quisiera, pero inexorable.
El modelo socialista, el del socialismo real, es un fracaso. En Cuba y en todas partes, de la RDA a Corea del Norte. Un fracaso sin atenuantes. En ese sentido, la vida y obra de quienes se han consagrado a su implantación también lo es. Aunque personalmente puedan mostrar el éxito de haber conquistado el poder y mantenerlo por décadas, usando la fuerza sin escrúpulos como el más maquiavélico de los príncipes renacentistas, y desafiando cada ley de buen gobierno. Y el monopolio partidista del Estado y la represión implacable no son desviaciones, sino consecuencias naturales inevitables del modelo mismo.
Que entre nosotros haya quienes todavía crean en esa colección de supersticiones es un anacronismo. Y que estén en el gobierno es, a todas luces, una vergüenza nacional y una desgracia social.
Recuerdo cuando en 1961 y 62, llegaron a Barquisimeto las familias cubanas privadas del sagrado derecho a vivir en su patria. Algunos de sus hijos fueron mis compañeros de colegio y de juegos, y han sido mis amigos. Tal vez conocerlos influyera en el nacimiento de una natural antipatía a la dictadura implantada por Castro, y en que no la diferencie de otras tiranías, como las Franco o Pinochet, las Hitler y Mussolini, de quien fue Fidel joven admirador, Stalin o Mao. Tendencia fortalecida en el tiempo por lecturas e información. A esos amigos, y sus padres, muchos de los cuales ya no están, los tengo en estos días muy presentes.