Relatos de un pasajero abrumado

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Implementar un sistema de transporte colectivo donde la eficiencia, la rapidez y la modernidad sean los elementos fundamentales de su ejecución, denota el alcance y el desarrollo que posee la nación. Así pues, en Venezuela, urge la modernización y la culturización en materia de transporte y vialidad.

Abrumado por su cotidianidad y la dinámica de su día a día, Aurelio, un tipo soñador, de carácter tranquilo e inseguro, visita fielmente a su terapista –la Dra., Beatriz Pineda– todos los martes a las 6 p.m. Y no es porque presente alguna patología, trastorno o debilidad cognitiva en particular; no, nada de eso, si más bien Aurelio es un hombre activo, pragmático y hecho para las realizaciones concretas; lo que sucede, es que su personalidad, también influida por la emotividad intensa, la ingenuidad y la utopía, le obliga a buscar ese espacio semanal para encontrarse con alguien, dialogar y disertar con quien pueda comprenderlo, escucharlo, o simplemente devolverle el orden a su aguzado espíritu de contradicciones.

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Todas las semanas se vislumbra ante él una nueva disyuntiva, una nueva necesidad de cambio y una inteligible preocupación por renovar el mundo, el país y la ciudad en la que vive. Por ello, el pasado martes, penúltimo del mes de noviembre, Aurelio no dejó de acudir a su habitual cita. Al contrario, allí estaba, siempre puntual, con su invasiva sensibilidad a flor de piel, y un cuento -que no es tan cuento- sobre su vida y su rutina.

 

Martes, 22. 6:00 p.m.

–¡Hola, Doc! –espetó Aurelio al ingresar al consultorio y sentarse en el mismo sofá de siempre –¡Bienvenido! –replicó ella mientras apuntaba hora y fecha en su diario profesional.

–Llevo dos noches sin dormir –siguió Aurelio sin más preámbulos–. Quisiera que todo a mi alrededor fuera distinto, que nuestro ámbito geográfico se ajustara más al de una sociedad civilizada, a la premisa del ‘país petrolero’ que somos y a los albores de la modernidad y el desarrollo que merecemos. Quisiera tantas cosas complejas y simples a la vez, que entre tanto querer, a veces me aturdo.

La doctora, complacida con su visita, abierta a su inventiva y a la profundidad que esconden sus reflexiones, lo deja fluir. –Continúa –sugiere ella con la serenidad de siempre–.

¿Qué cosas desearías cambiar? –Pues bien, fíjese. Si en este momento tuviera la potestad de modificar algo y ajustarlo al perfil de una ‘ciudad ideal’, cambiaría –aunque parezca una nimiedad, una simpleza o hasta una vanidad de mi parte– el sistema de transporte público que nos conecta de este a oeste y de norte a sur, el comportamiento que asumimos dentro de él, y los planes desarrollados hasta ahora para su ejecución.

 

Quimeras del desarrollo

Pienso –continúa– que “es imperativo que (nuestro) transporte público se adapte a la revolución tecnológica que se vive en el mundo, que (los) usuarios (podamos) saber el tiempo exacto en que (llegaremos a nuestro destino) y, por si fuera poco, que (podamos) gozar de un sistema de cobro único y simplificado para vivir una mejor y más cómoda experiencia”, eso se lo escuché decir al presidente del Consejo Directivo de la Asociación Nacional de Empresas de Transportes Urbanos en Brasil, Erico Divón Galhardi, y desde entonces valido esa experiencia. ¡Y es que claro! cómo no hacerlo si la historia de Curitiba, una ciudad al sur de Brasil –por ejemplo– nos recuerda que la planificación oportuna, la visión de futuro y los deseos de crecer como sociedad, son pilares fundamentales para alcanzar el progreso y la modernidad que necesitan los pueblos latinoamericanos. Ellos, en 1970, cuando la ciudad era un mero punto de pasaje, cuando el tránsito desorganizado les saturaba y la población de curitibanos se resumía a 609.026 habitantes, decidieron evolucionar y convertirse –con su sistema exclusivo de autobuses– en una de las primeras ciudades latinoamericanas en alcanzar un modelo de transporte desarrollado. Se catapultaron como los mejores y clasificaron en el mismo top que Rusia, Austria, China, Alemania, Francia, Japón, entre otros.

Una experiencia que al conocerla, al tenerla cerca y profundizarla, te dan ganas de revivirla en ciudades como la nuestra, te genera un sentimiento de envidia (envidia de la buena porque sabes que tu país también puede lograr proyectos ambiciosos y de gran envergadura como estos) y te obliga a soñar con un Barquisimeto, un estado Lara y una Venezuela convertida en potencia.

¿Lo imagina, doctora? –espeta con delicada nostalgia el platónico Aurelio–. Yo me he sumergido tanto en este tema, le he dedicado tantas horas y tantas noches en velas, que ya me he visto saliendo de casa, a golpe de las 7:15 a.m., quizá 7:20 o un poco más tarde por mi vieja manía de salir retardado. Llegando a la avenida, tomando un bus gigante con capacidad para transportar 230 pasajeros y recorrer más de 72 kilómetros. Pagando con una ‘tarjeta bip!’, al mejor estilo del Transantiago de Chile que también me encanta y me transporta al desarrollo, y gozando de un sistema integrado de tarifas que me permita reducir el uso de efectivo y agilizar todas mis transacciones.

Me he visto, feliz y contento, en un sistema de transporte integrado, humano y sofisticado, que se mueve por carriles exclusivos, tipo canaletas, y obtiene rapidez en sus desplazamientos (un elemento que me emociona en demasía, me da tranquilidad, y de seguro me ayudaría a vencer mi problema de impuntualidad). Me he visto ¡Ay! sí que me he visto, doctora; extasiado en las paradas de nuestro propio sistema de transporte, con explosiones de arte y de cultura vistiendo la instalación, y yo, siempre bohemio, siempre interesado por el arte y las formas de expresión humana, estableciendo relaciones estéticas con aquello, con versos del tío Simón, con obras de Soto, o abstraccionismos de Hurtado.

 

En apoyo con el RIT de Brasil, el inicio de las actividades de la industria, comercio, servicios, escolares y funcionarios públicos se hacen de manera escalonada entre las 7:30 a las 9:30 a.m. para promover el desahogo del tránsito y la demanda del transporte colectivo.

 

Menos carros en las calles, tráfico organizado, menos contaminación, más comodidad, rapidez y ahorro para el usuario, son las principales características del sistema de transporte colectivo de Curitiba.

El sistema se complementa con 9 líneas alimentadoras inter-barrios, cinco filas circulares que permiten el desplazamiento de una zona a otra sin pasar por el centro. Además de las líneas directas que hacen los viajes más rápidos y eficientes.

 

En esta ciudad…

Empero, esa no es mi realidad, tampoco la suya, ni mucho menos la de los ciudadanos que usan a diario las rutas de esta ciudad. Aquí -como también dvertía Divón en el año 2014- hay que revisar el transporte urbano, analizarlo y reestructurarlo para palear la anarquía que se apropia de las calles, la falta de cultura y la ausencia de planes estratégicos que apuesten por la modernización y el desarrollo de la ciudad. Aquí, en esta ciudad, “necesitamos mirar lo que está pasando, lo que ha pasado, y planear el futuro a corto, mediano y largo plazo”, de lo contrario, sucumbiremos ante esta necesidad de primer orden, aumentará el deterioro del transporte público y las políticas públicas en el área seguirán fracasando.

 

La interpelación

–Muy bien Aurelio. Intento comprenderte. Es cierto que no tenemos un sistema de transporte tan desarrollado como el de estos países que mencionas, pero tenemos un sistema de transporte que beneficia el 85 % de la población y que mantiene operativa la ciudad. ¿Qué es lo que te abruma de él? ¿Podrías explicarme a detalle? –así cuestionó Pineda a su paciente más soñador.

–¡Buena pregunta! –contestó él–. Es cierto que tenemos algo, que existe operatividad y que gozamos de medios para transportarnos; pero no basta con tener algo, merecemos tener lo mejor; tenemos un país rico, un país con grandes potencialidades para desarrollarnos, pero, cuando sales de casa y decides tomar un ruta 5, por ejemplo, mil cosas pueden suceder. Escuche mi última experiencia…

 

Cuento que no es cuento

…Como todos los días salí a la carrera 15 a esperar ruta 5, eran las 7:32 a.m., se me había hecho tarde otra vez, y no era buena hora para esta faena. Si tenía suerte, la buseta pasaría de inmediato, pero no todo el tiempo es seguro que paren por ahí.

Todo depende de la disposición del chofer, de la cantidad de personas que lleve, o de cuántos estemos en la parada. Ese día pasaron cuatro rutas, tres de aviso blanco y una de aviso amarillo que fue la que pude tomar.

Al montarme, intenté ser cordial y dije: “Buenos días”, pero solo unos pocos me lo respondieron. Los demás, con rostros no muy felices a pesar de que el día apenas comenzaba, me stalkearon con la mirada, no sé si por mi arrebato de cordialidad, por la agitación que llevaba o por el volumen de mi cabello, pero no los juzgo, más bien creo que es una práctica que se ha hecho cotidiana y que busca identificar las intenciones del que recién se monta.

“Si por la pinta se le ve lo malandrín, es mejor bajarse”, me dijo alguna vez una señora. No había puestos desocupados, así que me tocó parado, muy cerca del chofer y apurruñado con unas cuantas personas que suplicaban espacio y decían sin cesar: “échense pa’ tras que todos queremos llegar”.

Lo que sucede, es que no había espacio, más bien la unidad, que tenía capacidad para 28 personas sentadas (y algunas muy pocas de pie) iba haciendo un esfuerzo sobrehumano. Llevaba más de 40 personas, algunas iban guindando en la puerta, y en cada cuadra, cuando alguien pedía la parada, se bajaba uno y entraban dos.

Así transité buena parte de mi recorrido. Cerca del chofer, tratando de darle espacio para que pudiera cobrar o devolver el vuelto y evitando no molestar con mi bolso a los que tenía detrás, al otro lado pasillo. La música, a esa hora de la mañana era una explosión vallenata, ya en otras oportunidades me había tocado reggaetón y música cristiana, pero en esta oportunidad sonaba algo así como Ojitos de gato, que es lo que alcanzo a recordar del estribillo.

Algunos de los pasajeros que compartían conmigo el tour tarareaban la canción, otros la cantaban alegre y otros se quejaban del volumen porque a su juicio, cuando pedían la parada, el chofer no los escuchaba, seguía avanzado y los obligaba a grita: “Epaaa, es que me vas a llevar a tu casa o qué”.

Ya en la Vargas, por la cantidad de gente que se quedó en esta parada, pude correrme para atrás y sentarme en uno de los descocidos y maltratados asientos de la unidad.

Empero, de lo que no pude desahogarme, fue de la presencia de los ‘charleros’ que comenzaron a desfilar en la buseta de ahí en adelante. Condimentos, pepitos, plata para un pasaje a Caracas porque recién salía de Uribana y un familiar enfermo, fueron las razones que expresaron estos jóvenes para pedir dinero en la unidad de transporte.

A los 4, por miedo a que tomaran represalias, las señoras que iban frente a mí, de unos 55 a 60 años más o menos, le extendieron la mano con billetes de diferentes denominaciones.

“Es mejor cargar sencillo y dárselo a que nos roben”, decía una de ellas mientras se escondía el teléfono entre sus senos. Yo, le juro que iba anonadado doctora, no era posible que en tan poco tiempo –35 min. que es lo que dura un viaje de la 56 con 15 hasta Los Leones a las 7:30 a.m.– ocurrieran tantas cosas. No era posible que al inicio del día se concentraran tantos olores desagradables a mi alrededor, vicios, falta de ciudadanía y hostilidad en el rostro de los transeúntes.

En esa travesía que nos perfila las dos caras de una misma ciudad y que debería ser un paseo agradable, que anduviésemos al acecho, como agredidos y violentados según las valoraciones de la ingeniero y exdirectora de la AMTT en Iribarren, Norah Farías.

Me negaba a soportarlo porque, si la tesis de aquella era cierta y “el transporte es la columna vertebral de toda ciudad”, aquí, en esta urbe, “la columna vertebral está torcida, desvencijada y perdida”, está clamando atención, se siente asfixiada y marcha ahogada a un ritmo desesperado. Una afirmación que no presento yo, pero que bien la advirtió el secretario general del Sindicato de Transporte en el estado Lara, Geovanny Peroza para invitarnos a la reflexión, el diálogo y la transformación.

Pero bueno, como me temo que ya son las 7:00 p.m., que la sesión ha acabado y que debo correr antes de que pase el último ruta, me despido y vuelvo por sus reflexiones en la próxima sesión.

 

La red de transporte en el estado Lara está integrada por 28 rutas urbanas y 80 rutas sub-urbanas.

 

Según Geovanny Peroza, “el comportamiento de las personas en Transbarca cambia considerablemente en comparación con las rutas convencionales”. La razón –explica– es que en el Transbarca los usuarios se sienten mejor atendidos, gozan de mejores condiciones e, incluso, están siendo grabados; lo que condiciona su comportamiento y los hace más receptivos.

Lo que no pasa con las rutas convencionales donde se sienten insatisfechos y actúan de manera contraria.

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