#Opinión: La voluntad de Dios Por: Eduardo Iván González González

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Ventana abierta
Para Recordar: “Hágase tu voluntad”. (Mateo 26:42)
¿Cuántos de nosotros hemos repetido el Padre Nuestro, la oración modelo dicha por Jesús (ver Mateo 6) y no analizamos lo que encierra? Allí encontramos la frase: “Hágase tu voluntad” y fue la misma expresión repetida por Cristo cuando se retiró, a solas para orar en el Getsemaní, poco antes de su crucifixión (ver Mateo 26:42).
Igual nosotros, le pedimos a Dios tantas cosas y decimos: “Hágase tu voluntad”. Pero, “si Dios no nos cumple”, nos enojamos con Él, sin saber si somos nosotros, las circunstancias u otros factores los culpables que el pedido no llegue.
Se dice que Dios contesta todas las oraciones: A unas les dice sí, a otras no y a otras espérate y lo que sucede es para nuestro beneficio.
En el Diccionario Océano encontramos sobre la palabra “voluntad”, entre otras definiciones: “…Elección de una cosa sin precepto o impulso externo, que obligue a ello… Decreto o disposición de Dios…”.
En este momento político que estamos viviendo ¿cuál es nuestro pedido para estas elecciones? ¿Estamos solicitando correctamente? ¿Pedimos egoístamente para nuestro beneficio como dice el Apóstol Santiago? (Cap. 4, verso 3).
Si los que oramos por las elecciones, no salimos a votar, no estamos haciendo nada y de paso decimos: ¡Que se haga la voluntad de Dios!, como si el Señor viniera a votar por nosotros.
Como cristianos, no se nos niega el derecho a votar. Lo que si “pudiera” está vetado es hacer “proselitismo”, porque al estampar nuestro voto, estamos votamos por una persona con virtudes y defectos; por sus costumbres (a veces muy malas); por las leyes que impulse; el lenguaje que usa; su tendencia; intemperancia; su indefinición religiosa; ideas apócrifas; en fin, allí es donde debemos tener cuidado y pedirle a Dios que nos dirija, a fin de no dejarle todo el trabajo a Él (como dijimos en artículo anterior). Repetimos, es como decir: ¡Que se haga la voluntad de Dios!, sin nosotros hacer nada. Bien dice el dicho: “A Dios rogando y con el mazo dando”.
No dudamos que Dios pueda hacer milagros; que Dios pueda cambiar el curso de algún río; que Dios puede poner y quitar reyes, pero en todas partes hay elecciones: En la escuela, dirigentes de la iglesia, presidente de una nación y aunque Dios puede convencer a muchos sobre la inclinación en determinada elección o decisión, nunca se meterá con nuestro libre albedrío.
A veces, interpretamos mal la voluntad de Dios. Damos explicaciones relativas con hechos absolutos o viceversa y casi nunca llegamos al concepto correcto. Pero, cuando tomamos de los dos conceptos lo necesario para no desvirtuar la realidad, nos acercamos a la verdad.
Si decimos: “Nada ocurre, sin que sea la Voluntad de Dios”, estamos diciendo una verdad y aunque es absoluta, también  tiene mucho de relativo, porque: ¿Cómo puede ser la voluntad de Dios que un niñito muera bajo las ruedas de un automóvil? Más si se comprueba que hubo negligencia del Chofer, los padres, el ambiente, autoridades y hasta del niño. Hechos similares suceden por la entrada del pecado y la obra de Satanás.
¿Cómo puede ser la voluntad de Dios que haya gente inocente muriendo todos los días? Cuando Él dice: “No me complazco en la muerte del que muere -dice el Señor, el Eterno-. Convertíos, pues y vivid” (Ezequiel 18:32). Aunque este texto se refiere a la muerte eterna, por la inminente destrucción del mundo, Cristo viene por Segunda Vez, para garantizar que no muramos eternamente.
En una ocasión, el pueblo de Israel dejó de ser Teocrático y “desagradó a Samuel (profeta) que le dijeran: Danos rey que nos gobierne. Y Samuel oró al Eterno. Pero el Señor dijo a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan, porque no te han desechado a ti, sino a mí, para que no reine sobre ellos” (1er libro Samuel 8:6-9).
Allí comenzó una cronología de reyes buenos y otros malos. De ahí en adelante, no necesariamente todo el que gobierna en el mundo, es la “Voluntad de Dios”. Pero, aunque la meta de un cristiano sea decidir por Dios, para la eternidad, mientras estemos en la tierra, si queremos elegir, debemos hacerlo para que el candidato honre y glorifique a Dios y no a los hombres; sea en el hogar, en la escuela, en la Iglesia o en un país.

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