Editorial: La Caja de Pandora

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El mundo no termina de recuperarse de la sorpresa que produjo el martes pasado la victoria electoral del multimillonario Donald Trump, hoy Presidente Electo de los Estados Unidos. Cuando las encuestas daban por seguro el triunfo de la señora Hillary Clinton, el llamado voto silencioso trabajaba intensamente para conducir hasta la Casa Blanca a un personaje controversial alejado de todos los esquemas conocidos en la política nacional. Todavía es muy pronto para analizar en profundidad lo ocurrido, pero sí hay buenas pistas sobre la decisión ciudadana que favoreció al señor Trump, que tiene que ver con acontecimientos recientes protagonizados por la administración de Barack Obama.

El voto latino no fue mayoritariamente hacia la señora Clinton, heredera de lo bueno y de lo malo del gobierno al cual sirvió como Secretaria de Estado, por hacerla también responsable de las nuevas relaciones entre EEUU y Cuba, un tema muy sensible no solamente para las comunidades de cubanos y venezolanos, las cuales no dudaron en sufragar por un candidato que les prometía mano dura contra los gobiernos de sus países, mientras en la Casa Blanca se le extendía una mano amiga a los hermanos Castro. La señora Clinton, por su parte, tocó poco o nunca esos temas durante las intervenciones públicas dejando en claro su solidaridad con el gobierno de Obama.

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Está suficientemente comprobado que los estadounidenses querían un cambio y apostaron por él sin medir las consecuencias futuras de lo que puede significar para el país la llegada al poder de un personaje como Trump y sus promesas de deportar por lo menos a 11 millones de latinos que viven en el país, levantar un muro, similar al que dividía a las dos Alemanias, en la frontera con México, además eliminar los Tratados de Libre Comercio con algunos países de América Latina.

La señora Clinton, que lideró durante semanas casi todas las encuestas, no pudo, o no quiso deslastrarse del gobierno de Obama, solidaridad automática que presagiaba la continuidad de la gestión política del gobierno al cual perteneció. A Hillary le faltó más “punch” -como suele decirse en el boxeo- en los debates televisivos, era necesario ir al combate con la furia de una leona, tal como se le presentaba su enconado rival, que radicalizaba su discurso y encendía las pasiones apelando a un nacionalismo exacerbado y prometiendo convertir a los Estados Unidos en un país invencible, libre de cualquier atadura con el pasado.

Esos discursos alentaron a la gente blanca a salir a votar en mayor número que los negros, los latinos o los asiáticos, como se puede constatar hoy. Esa masiva fuerza electoral tuvo el resultado esperado. Sin saberlo, le entregaron a Donald Trump la llave para abrir la Caja de Pandora donde se esconden los demonios, empeñados como están en cambiarle a los Estados Unidos su forma de ver la vida.

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