La sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional del 23 de los corrientes, obviamente fue reminiscente de las peores etapas de la vida republicana. Más allá, el atentado de Monagas contra el Congreso en 1848; y, más acá, la golpiza de la que fuimos víctimas los opositores en 2013.
La reciente irrupción del grupo violento del oficialismo en el hemiciclo, frustrado ante la firme y decidida respuesta de la oposición, evidencia no sólo la íntima vocación del régimen, sino su propia descomposición. Parte de la minoría gubernamental en la cámara, de hacer caso al testimonio naturalmente limitado que nos dieron algunos, no conocía de tamaño “auxilio”, demostrando cuan “nariceados” concurren a las sesiones. Empero, hubo algo peor.
La frustración del asalto, no impidió la consumación del otro que realizaron en las barras o palcos con el público atento al desarrollo del debate, siendo numerosos los casos de quienes resultaron despojados de sus pertenencias. Por ejemplo, la Lic. María Fernanda Colmenares, asistente de la diputada Melva Paredes, debió vaciar completamente su cartera de mano, dejándole al agresor su documentación personal, dinero, móvil celular, entre otros objetos personales, bajo la severa y muy creíble amenaza que esgrimió.
Por consiguiente, como ha acaecido en otras ocasiones, lugares y circunstancias diferentes, el oficialismo no emplea – precisamente – los cuadros formados política e ideológicamente para los actos que el ámbito y la cotidianidad deben imponer, quizá por escasos, sino apela a los desclasados que, como es de esperar, reflejando fielmente al régimen, confunden sus acciones y pretensiones con el burdo delito, confiriéndole una asombrosa novedad. Luego de la paciente, pero eficaz lumpemproletarización del país, nada ha de extrañar que la flamante incursión en el Palacio Legislativo tenga por recompensa un botín que, muy probablemente, ni siquiera tentó a los asaltantes del siglo XIX.
La intensa diatriba del momento, explicando las angustiosas vicisitudes de un Estado No Constitucional, acaso permite traspapelar las otras realidades que bullen por debajo de la piel del partido de gobierno. El inmediato ecosonograma del doble asalto, frustrado y consumado, revela una degradación de la política que, por lo menos, en buena parte del historial republicano no conocimos y, menos, aplaudimos.