Atados por la lengua estamos desde el vientre de la madre. Incluso antes de hablar, aprendemos a reconocer los sonidos de la nuestra, en esa larga y a veces complicada relación, que todo ser pensante vive, en los no pocos intentos de comprender el espesor de la vida bien vivida, hasta bailada y en algunos casos, hasta bien leída. Sin que ello implique que coinciden siempre dichas maneras. Sobran los ejemplos de notables escritores o lectores que leían la vida en lugar de vivirla o de quienes nunca intentaron comprenderla. O de quienes ni la vivieron o leyeron, ni mucho menos la comprendieron. En fin, hay de todo en la viña.
Y como no vale la pena aludir al ejemplo de quienes en su intento de ostentar el desconocimiento de la lengua que evidentemente no lo habita ni mucho menos aludir a la serie de chistes que dicha condición ha generado, aclaramos de entrada que la lengua, esa misma que fuera considerada por Heidegger, «La casa del hombre», tiene en nuestro poeta nacido en Barquisimeto, Rafael Cadenas, su morada permanente.
Acudo a su “Ars poética” publicada en 1977, en “Intemperies”, con la seguridad de que cualquier lector, poeta o no, religioso o ateo, hombre o mujer, joven o mayor, ha de sentirse “tocado” por esa especie de luz que alumbra no sólo el discurso poético, sino cualquier profesión u oficio que requiera del lenguaje que funda y nombra. Cito:
“Que cada palabra lleve lo que dice./ Que sea como el temblor que la sostiene./Que se mantenga como un latido”… Fragmento que invito a quien me lee en este instante, a repetirlo en voz muy baja, si es posible con los ojos entrecerrados, como quien convoca el nacimiento del lenguaje humano, el único posible de tornarse en simbólico.
Hace muchos años, me gustaba más leer a Cadenas que oírlo y sería el decantamiento propiciado por la vida –que incluyó conocerlo- el que guiaría no sólo el placer por su poesía, sino atender al hermetismo y despojamiento que la atraviesa y que en su voz se potencia. Me refiero al más allá del significado inmediato, presente en un discurso poético, cada vez más aforístico por cuanto Cadenas no sólo ha sido un gran lector de poesía, sino alguien que sabe que también puede habitar el silencio.
Poeta a quien le duele su país y ha comprendido el tamaño de la estafa, que a caballo en una de las utopías más poderosas del siglo XX, nos hizo soñar en diversas latitudes, la justicia social para todos, la que incluye la igualdad en todos los órdenes. Esa misma que inspiró sueños que trasformados en propuestas sociales, condujeron a una de las ideologías más represivas de las que se tenga historia. Amante de la reflexión, sus aforismos y Dichos, tejen toda su obra, como lo afirmara el poeta y crítico, Joaquín Marta Sosa, al considerarla como “una poesía tramada con una red de aforismos”.
“Derrota”, poema extenso que se ha traducido a numerosas lenguas, es leído con fervor por gente de todas las edades, pero especialmente por quienes han padecido o padecen las dictaduras del pensamiento. Poema de un poeta intenso que en su vida cotidiana suele ser silencioso y que sólo se arrima al fuego de la conversa, guiado por luces de bengala que sólo él sabe cuándo se encienden. Poema que es también una exposición de su no participación en los 60, de una de las utopías de redención y felicidad colectiva más poderosas del siglo XX. Poema que produjera en nuestra generación no pocos asombros y sensaciones, ardorosas lecturas y apasionadas discusiones.
Roland Barthes en su “Clase Inaugural”, la que invitamos a disfrutar, afirma que el lenguaje es una legislación y la lengua su código. De las dificultades de ver su poder porque olvidamos que toda lengua es una clasificación y toda clasificación, opresiva. Afirmará a lo largo de toda su obra, que la única posibilidad de escapar a la cárcel del lenguaje es la poesía, la literatura, dado que sus territorios son los únicos en los cuales dicha legislación se revierte al estar guiados por la fuerza de la imaginación.
Quizás Cadenas nos esté diciendo desde siempre, que sólo la contención del lenguaje, permite extraer su conciencia reflexiva, que consciente de sus límites, nos previene en contra de las idealizaciones, al estar guiado por la certeza de la fragilidad de ser, seres para la muerte al margen del esplendor de la vida.