#Opinión: Aprendamos a descansar Por: Oswaldo Pulgar Pérez

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Se acerca de nuevo octubre con sus clases, abrazos, cuentos, experiencias, etc. Quizá compañeros nuevos, quizá los mismos. Pero el comienzo de las clases no puede significar ignorar el descanso. También ahora, cuando regresamos al trabajo, el cuerpo y la mente necesitan descansar. Y hay gente que no sabe descansar, que no admiten términos medios, aquellos para quienes es todo o nada. Craso error.
Descansar no es perder el tiempo. Da lástima ver a los estudiantes cuando no hay exámenes. Tumbados por los bancos, perdiendo el tiempo. Hablando paja. El país necesita hombres y mujeres valientes, que no le temen al esfuerzo. Inconformes, con deseos de cambiar lo que tenemos por algo mejor.
Tenemos detrás de nosotros generaciones y generaciones, que podemos afirmar que somos como enanos en hombros de gigantes. Quiero decir que la mayor parte, si no toda la experiencia humana, está escrita. Solo debemos releerla y ponerla en práctica.
La vida es como un reloj de arena. Dos espacios de vidrio con arena que se va deslizando de uno a otro, según la velocidad que vayamos imprimiéndole. Llegará un momento en que habrá pasado toda la arena y la vida presente se acaba.
Todo esto pensaba al ver a tanto muchacho perdiendo el tiempo. Ciertamente, los horarios que las universidades establecen dejan unos lapsos para recuperar fuerzas, pero que la mitad del día, o, todo el día, se nos vaya en recuperar fuerzas, me parece exagerado.
No se aprende si no se lee y no se lee si no se le dedica tiempo a esa actividad. Cuando digo leer no me refiero a “trabajar en equipo”, donde dos copian y seis conversan. Al final, el trabajo lo firman todos. Para aprender la experiencia que otros nos han dejado tenemos que asesorarnos con buenos profesores para que nos ayuden a aprovechar el tiempo leyendo lo que vale la pena.
Para aprender hay que dialogar con el autor. Para eso nos escribió: La lectura no puede ser pasiva. Hay que cuestionar los planteamientos. Adherirnos a ellos o criticarlos, más no caprichosamente, sino con argumentos que nuestra mente elabora con su propio trabajo.
[email protected]
@oswaldopulgar
Se acerca de nuevo octubre con sus clases, abrazos, cuentos, experiencias, etc. Quizá compañeros nuevos, quizá los mismos. Pero el comienzo de las clases no puede significar ignorar el descanso. También ahora, cuando regresamos al trabajo, el cuerpo y la mente necesitan descansar. Y hay gente que no sabe descansar, que no admiten términos medios, aquellos para quienes es todo o nada. Craso error.
Descansar no es perder el tiempo. Da lástima ver a los estudiantes cuando no hay exámenes. Tumbados por los bancos, perdiendo el tiempo. Hablando paja. El país necesita hombres y mujeres valientes, que no le temen al esfuerzo. Inconformes, con deseos de cambiar lo que tenemos por algo mejor.
Tenemos detrás de nosotros generaciones y generaciones, que podemos afirmar que somos como enanos en hombros de gigantes. Quiero decir que la mayor parte, si no toda la experiencia humana, está escrita. Solo debemos releerla y ponerla en práctica.
La vida es como un reloj de arena. Dos espacios de vidrio con arena que se va deslizando de uno a otro, según la velocidad que vayamos imprimiéndole. Llegará un momento en que habrá pasado toda la arena y la vida presente se acaba.
Todo esto pensaba al ver a tanto muchacho perdiendo el tiempo. Ciertamente, los horarios que las universidades establecen dejan unos lapsos para recuperar fuerzas, pero que la mitad del día, o, todo el día, se nos vaya en recuperar fuerzas, me parece exagerado.
No se aprende si no se lee y no se lee si no se le dedica tiempo a esa actividad. Cuando digo leer no me refiero a “trabajar en equipo”, donde dos copian y seis conversan. Al final, el trabajo lo firman todos. Para aprender la experiencia que otros nos han dejado tenemos que asesorarnos con buenos profesores para que nos ayuden a aprovechar el tiempo leyendo lo que vale la pena.
Para aprender hay que dialogar con el autor. Para eso nos escribió: La lectura no puede ser pasiva. Hay que cuestionar los planteamientos. Adherirnos a ellos o criticarlos, más no caprichosamente, sino con argumentos que nuestra mente elabora con su propio trabajo.
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