Es menester que el pueblo venezolano tenga en cuenta que su lucha pacífica en contra del régimen para evitar que éste termine de conculcarlos derechos democráticos consagrados en nuestra Constitución, no es inédita; que el transcurso de la historia reporta experiencias de confrontaciones de otras sociedades civiles, que en circunstancias parecidas a la nuestra, lograron emanciparse de sus yugos tiránicos.
Me remito, en este orden de ideas, a las vivencias de los países que otrora fungieron de estados satélites de la extinta URRSS y conformaron el llamado bloque “socialista”, también conocido como “segundo mundo”, repúblicas que hoy exhiben con orgullo el atributo de democráticas; ellas son ejemplo de que los pueblos no están condenados a vivir eternamente bajo el yugo y las cadenas opresoras y que a partir de la razón, del deseo y del derecho a vivir con dignidad y en paz, se puede emprender la emancipación política, apelando a la protesta pacífica como única arma de combate. Demostraron que no hay poder absolutista, por más omnímodo que se crea, capaz de frenar el ímpetu de un pueblo cuando éste se revela en contra de su tiranía.
Partamos, pues, de los hechos más resaltantes de la lucha librada por las naciones que integraron la “cortina de hierro” para librarse de sus estatus cuasi-feudales, comenzando por Polonia y Hungría, en donde la presión popular de sus pobladores por alcanzar mejores condiciones de vida generó lo que algunos politólogos denominaron “revoluciones de salón”, ya que la sacudida política se gestó en el seno de sus respectivos partidos comunistas cuando sus facciones reformistas se impusieron sobre las defensoras del “establishment”, dando como resultado la reinstitucionalización democrática de sus países.
De igual manera, pero con el agregado de manifestaciones multitudinarias y pacíficas, las ciudadanías de Alemania Oriental y Checoslovaquia dieron al traste con sus respectivos regímenes represivos; la caída del muro de Berlín en el año 1989 emitió el acta de defunción del estalinismo en esa latitud del mundo, justo cuando la dictadura alemana festejaba sus 40 años de coerción social, y la toma de las calles por los checoslovacos, evento enmarcado en lo que se denominó la “revolución de terciopelo”, allanó el camino libertario y de justicia social para los checos y los eslavos.
En Bulgaria, apenas se hizo público la caída del muro de Berlín, la camarilla gubernamental, “esencia” de la línea más dura del estalinismo, que llegó, incluso, a ignorar el proceso de perestroika y de glasnost iniciado por la URRSS de Gorbachov en 1985, dio un golpe de timón en su desempeño antes de que emergieran las manifestaciones y protestas populares para la transformación política, iniciándose con ello una era de reformas que culminaron con la democratización de ese país. Por último, en Rumania, las intensas manifestaciones llevadas a cabo por su población, inclusive, en el mismo acto de masas convocado por el régimen opresor para exaltar y apoyar la figura de Ceaucescu, culminaron con una revolución civil que fue apoyada militarmente por las fuerzas armadas rumanas.
Resultaba impensable que los regímenes despóticos y represivos de la esfera soviética, incluida la propia URRSS, se derrumbaran intempestivamente y casi de manera simultánea a finales de la década de los años ’80 del siglo pasado; curiosamente, dichos desplomes se produjeron pacíficamente, con la única excepción de Rumania, y en la fecha conmemorativa del bicentenario de la Revolución Francesa.
Que no quede, por tanto la menor duda de que la lucha cívica y pacífica es el camino a transitar para el cambio político en nuestro país; que las manifestaciones de calle como las del 1 y 7 de septiembre representan el arma más contundente y el punto de partida para la nueva Venezuela.
Tarquino Barreto