Quizás el problema psicológico más duro que tiene que soportar un emigrante es el desarraigo y sentirse solo sin contar con ninguna ayuda. Usualmente los emigrantes provienen de pueblos y países más o menos subdesarrollados donde la familia amplia o ampliada es el soporte psicológico. Luego están, por supuesto los pueblos pequeños donde, tanto en las familias amplias como en los pueblos pequeños el emigrante está integrado, bien integrado, en una red social donde todos sus miembros se reconocen como tales, ellos son su sociedad.
Si el emigrante se instala en un país con características socioculturales similares a las de su país, la integración se dará sin traumas insoportables, por ejemplo, el venezolano que emigra a Colombia. El problema está cuando se emigra a un país totalmente diferente en grado de desarrollo, en el idioma, en las costumbres, en el vestir, en el color de piel predominante, etc. que hacen evidente que el migrante sea visto y se sienta como una persona totalmente diferente y se despiertan sentimientos mutuos de rechazo y sospecha. Entre las cosas que más le pegan es, en todo caso, es sentir en su entorno un grado intenso de indiferencia que nunca conoció en su país de origen. Si en su tierra de origen le sobraban sonrisas y abrazos, en su nuevo ambiente conocerá muy pocos. Esto explica también por qué el emigrante, especialmente en sus primeros meses, se instala en sectores donde residen mayoritariamente similares a él. Esto es importante porque mitiga el dolor del desarraigo y ayuda a la integración, pero también, a largo plazo, impide la integración plena, es un si pero no y que explica la aparición de guetos como China Town, Little Italy, las juderías, etc. Y mientras más distintas son las costumbres entre el país de origen y el de adopción, más lenta es la integración pues tenderá el emigrante a quedarse entre los suyos, y la integración plena ocurrirá solo en las siguientes generaciones. Esto explica por qué a los musulmanes les cuesta tanto residir en Europa y actuar como un europeo más: las berreras culturales son muy grandes.
También afectan las razones por las cuales se emigra: no es lo mismo hacerlo cuando se está en los veinte buscando un ingreso mejor que hacerlo por razones políticas, como exiliado, en cuyo caso, el emigrante suele ser ya un adulto en sus cincuenta. Además, el exiliado político suele ser vigilado por la policía política de ambos países, pues quien se va por estas razones difícilmente renuncia a seguir combatiendo al régimen que lo ha expulsado u obligado a huir, y si se muestra muy activo puede ser objeto de agresiones e incluso de asesinatos por agentes encubiertos. Asimismo, el país que lo recibe probablemente le tiene prohibidas las actividades políticas, obligando a mantenerse de bajo perfil. Tampoco es lo mismo salir para estudiar, con la esperanza de que al cabo de poco tiempo se regresa al país.
