Sainete en cápsulas – El termómetro de los miedos

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Existen diferencias drásticas entre la ficción y las realidades más inverosímiles, como las padecidas por completo por una población ansiosa de respuestas.

Lo figurativo de una película saboreada en las cómodas poltronas de una sala de cine, es que al salir de ese recinto se retorna al cotidianismo, muchas veces ajeno completamente a la trama del celuloide.

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Pero en nuestro contexto de país, cómo escapar del acontecer diario de una Venezuela castigada sin remedio por los afanes inclementes de un desvergonzado socialismo.
La pasada semana nuestra empobrecida nación estuvo tensada por todo tipo de presunciones. Desde ambos bandos se especulaba sobre las devastadoras consecuencias de una marcha pacífica desde sus orígenes. Las redes sociales se estremecieron con soporíferos mensajes que daban a entender de un cambio vital a partir de ese azaroso primero de septiembre.

Entretanto, el Gobierno ni corto y mucho menos perezoso en su lucha por escamotear los intentos de escucharse el verdadero clamor del pueblo, puso en práctica un severo plan de estrategias para reblandecer el ímpetu de un pueblo, ávido de salidas coherentes a su desesperación.

Su primer paso fue la persecución política a algunos líderes, como escogidos a dedo, para galvanizarlos de pruebas remotas de armamentos sofisticados y entramados para una posible acción violenta. A algunos los capturaron en una sorprendente acción policial y detectivesca. Con otros arremetieron sin ton ni son, cuando se dirigían a emprender sus labores de siempre. Además, se inició la búsqueda pormenorizada de otro político —quien ahora será un nuevo protagonista de la clandestinidad—; le fue allanada su casa y hasta sus suegros fueron sacudidos con profundos interrogatorios, sin conseguirle ni el polvo.

Días previos al evento multitudinario se obstaculizaron vías, se infundió terror en declaraciones de personeros del Gobierno y se emprendió la lucha por menguar a los decididos marchistas, seguros de abogar por sus derechos en este nuevo andar de calle. Un diputado rojo ordenó a sus partidarios evitar el avance de la marcha opositora y hasta fueron deportados los periodistas internacionales que arribaron al país para cubrir esta tremenda concentración humana, siendo retenidos sus pasaportes.

Drones y aviones particulares fueron prohibidos para ese día. Amedrentaron a los medios con fastidiosos comunicados y advertencias sin reflexivas sobre la manera de proyectar esta marcha. Los miedos en el Gobierno se asentaron en sus decisiones más diversas, confundidos por si en la acalorada decepción de este pueblo agobiado, tuviese la intención de hacer justicia por sus propias manos.

Desde la mañana se veían muchos locales comerciales cerrados, empresas e instituciones sin actividad laboral y contingentes militares resguardando algunas ciudades. Tal vez varios funcionarios castrenses estarían también más ocupados en vigilar sus batallones de alimentos, que en defender a una masa anhelante atacada por algún colectivo.
Ciertamente la marcha no pasó de ser un desfile humano de lamentaciones sobre sus particulares desdichas, el clamor por el emprendimiento del revocatorio y el viraje del destino nacional. Mientras el mandatario nacional seguía con sus amenazas de eliminar la inmunidad parlamentaria a sus adversarios y arreciar su destornillada revolución en la concentración oficialista, en la opositora se ventilaban las próximas acciones de presión pacífica y dejar claro que en esta nación, tarde o temprano, mandará verdaderamente el pueblo.

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