#opinión: Cultura para la Vida. por: Jesus Pernalete Tua

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Nuestra Cultura necesita ser asistida. Urgentemente. Y no hablamos específicamente de las artes plásticas, o del teatro, de la literatura o la música, hablamos de la Cultura Ciudadana, la que determina la convivencia, hablamos de la Cultura para la Democracia y la Paz.
Hablar de cultura implica nuestra manera de pensar, de sentir y de desempeñarnos, de ella dependen nuestras acciones como sociedad, marcada actualmente por la violencia y la indolencia que han atropellado nuestra creatividad, dejando nuestro desempeño reducido a una serie de proyectos de buena voluntad, que jamás sacarán a nuestro país de la crisis social, moral y espiritual en la cual se encuentra. Los proyectos educativos o sociales alivian, pero no curan los procesos de deterioro de una cultura enferma de siete males hereditarios: El individualismo, el parasitismo, la creencia del trabajo como castigo, la burocracia improductiva, la justicia tarifada, el traspaso de la culpa y el pensamiento marginal.
Siete males hereditarios que han generado las tres nefastas culturas que carcomen el alma del venezolano: La cultura del abandono, la cultura del maltrato y la cultura de la ignorancia.
En este momento estamos lejos de donde queremos estar. Hay que romper las cadenas. Y ya es hora de emprender el camino, porque hay un camino. La Cultura de la vida, de la convivencia, de la Creatividad son el Camino. Se trata de construir un país donde se produzcan cambios sociales, económicos y políticos basados en los principios de inclusión, justicia, equidad y paz positiva; que nos permitan recuperar la confianza en las instituciones democráticas y ahuyentar las amenazas del populismo y autoritarismo y su expresión en lideres mesiánicos, sean estos militares o civiles.
Se trata de educar en y para la ciudadanía democrática, desde la reconstrucción crítica de nuestra memoria histórica, la sistematización de los saberes sociales y la multiplicidad de experiencias artísticas y culturales en general, incluyendo los procesos simbólicos implicados en la construcción colectiva del espacio público.
Estamos frente al tiempo de asumir el desafío histórico de la política pública como vivencia cotidiana, tiempo para crear y darle sentido al imaginario nosotros, dotarlo de sentido regional y nacional y convertirlo en un futuro común.
Es esa alma colectiva la que debemos reconocer en la calle, en los espacios rurales o urbanos; proyectada en la música, brillante en la pintura, expresiva en el teatro, apasionada en la danza, reflexiva en la literatura.

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