El intercambio desigual

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La narrativa de potencia energética está ligada a una plataforma ideológica que combina eufóricamente retazos de integración económica entre países con ideas entresacadas de Simón Bolívar y nociones elementales de la doctrina marxista clásica, sintetizada en la expresión “no hay comunismos locales”.

Los llamados a constituir bloques regionales anti-imperialistas auspiciados por Venezuela desde hace diez años, encuentran en la desacreditada Teoría de la Dependencia una fuente de vindicación histórica, especie de fuerza aglutinadora en respuesta a la injusta relación entre el centro y la periferia capitalista, elaborada en los años 60 del siglo pasado. Explicación que tuvo muchos seguidores, por el irresponsable atractivo de echar la culpa de nuestros propios errores a los demás. Los países del Sur (la periferia) permanecen en el atraso porque los países del Norte (el centro) obstruyen su desarrollo. En el intercambio de materias primas baratas, que provee el Sur, por productos caros con valor agregado, que provee el Norte, existe una asimetría, un intercambio desigual, que hace cada vez más rico al Norte y más pobre al Sur. Romper esa dependencia patológica requeriría conformar alianzas para enfrentar en bloque a Estados Unidos.

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En el siglo 21 se relanzó la idea agregando que “el imperio”, agobiado por la sequía de sus pozos y la creciente necesidad de combustible, intentará acciones de fuerza para apoderarse del petróleo contenido en la Faja del Orinoco, 300.000 millones de barriles, obligando a la naciente potencia a emprender una defensiva carrera armamentista. La alianza anti-imperialista se acercaría a su objetivo bajo la interpretación de las consignas: “Nueva geopolítica mundial”, “multipolaridad” y “Convertir a Venezuela en un país potencia en lo social, lo económico y lo político”, según el Plan de Patria, 2013-2019.

Esta teoría fue abandonada casi por completo en los años ochenta, por falta de comprobación. Uno de sus más connotados defensores, Eduardo Galeano, autor de Las Venas Abiertas de América Latina (1971), al final de su vida terminó retractándose y excusándose públicamente por los “errores de muchacho” cometidos, confesó que “no hubiese sido capaz de leerlo de nuevo”. Decimos casi por completo porque el presidente Chávez puso a circular otra vez la cartilla de cultura izquierdista latinoamericana, cuando, emblemáticamente, le obsequia un ejemplar del libro de Galeano a su par estadounidense Barack Obama en 2009. Gesto que sirvió de prólogo a la ultra publicitada invasión.

Dos argumentos cuestionan la consistencia de la conjetura. La primera es que toda carrera armamentista tiene que justificarse. ¿Cómo explicar a los ciudadanos de una nación que se privilegia la adquisición de pertrechos militares por encima de los gastos en comida o en educación?

-La amenaza externa, la patria peligro, es excusa perfecta.

En segundo lugar, la realidad marcha en dirección contraria a los supuestos. La refutación que la invalida totalmente proviene del marxista alemán-venezolano Bernard Mommer, (actualmente es nuestro representante en la OPEP), quien publica en 1984 la Teoría de los Valores Internacionales. Basándose en cálculos puntillosos, concluye que “la participación del petro-Estado venezolano en el comercio internacional recíproco es un acto desigual, sólo que a favor suyo”. El Estado, “recibe unos dólares del resto del mundo que no precisan de una contrapartida interna en esfuerzo productivo, una renta del suelo percibida por autorizar el acceso a yacimientos que son de su propiedad”. Expliquemos la afirmación.

En el petrolero, como en todos los negocios, se pagan salarios, se consume materias primas, se incurre en gastos de administración y se pagan impuestos. Y se obtienen ganancias, desde luego. La diferencia es que en el petrolero, el Estado cobra una renta (regalía), por encima de la ganancia “normal”, a cuenta de propietario de los yacimientos, yacimientos que la Divina Providencia quiso colocar en nuestro suelo. En lenguaje llano, al Estado no le cuestan nada los dólares con los cuales compra mercancías al resto del mundo con valor agregado,  trabajo incorporado, tecnología y empleo de capital.

Un ejemplo ilustra el caso. Unos zapatos cuestan en Caracas, BsF. 55000. Se sabe que el 94% de las divisas se venden a la tasa Dipro, según reporte diario del BCV, es decir a Bs 10 x dólar. Entonces, las zapatillas en dólares cuestan US$ 5500. Pero, milagro, magia, ese es el precio de un vehículo en Nueva York. Fabuloso, ¿no? Ciertamente. Ese es el intercambio desigual. Contrario a la perorata ideológica. Cabe aclarar que funciona sólo si se tiene acceso a dólares protegidos.

Supongo que el lector deduce, sin más, por qué la élite política en funciones se niega a modificar el sistema cambiario y se resiste a abandonar el poder.

Por si faltaran, dos datos ayudan a comprender por dónde van las cosas.

Oficialmente, desde finales de 2014, Estados Unidos se convirtió en primer productor mundial, y  exportador de diluyentes. Uno de sus destinos es Venezuela. El Informe de Gestión de PDVSA 2015, indica que las ventas de petróleo ascendieron a US$ 55.339 millones y las compras de petróleo crudo y refinado $US 22.965 millones. Juzgue usted.

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