Militarizan los mercados de La Fría en el Táchira y decomisan la mercancía proveniente de Colombia. El cierre de la frontera no ha resuelto ninguno de los problemas que sirvieron de justificación para una medida irreflexiva y absurda y, al revés, ha creado problemas nuevos. En Terrazas del Ávila, la urbanización en el extremo este capitalino, ya tomando la autopista Petare-Guarenas, dispersaron con bombas lacrimógenas colas por comida. En Valencia, falleció una señora de la tercera edad mientras hacía cola para comprar comida. En Maracaibo, un camión que transportaba compotas fue saqueado. En Carrizal, el tranquilo municipio en los Altos Mirandinos, hubo protestas porque no llegan las bolsas de los CLAP. Dos hombres fueron detenidos en Cojedes por robar carne en una finca. Esa modalidad delictiva está proliferando en el país. Son las noticias de un día, las mismas que se repiten con frecuencia cada día mayor.
El jueves de la semana pasada, a las 5.30 de la tarde, en la céntrica Avenida Solano López caraqueña, vi a tres jóvenes veinteañeros hurgando en la basura de algún restaurant de la zona. Por su vestimenta no parecían indigentes, el morral que vi llevar a uno de ellos me hizo pensar en estudiantes. Es un fenómeno que se repite en distintas ciudades del país. Había leído acerca de eso en periódicos, y personas que conozco me lo habían contado. En Caracas, en Maturín, en Barquisimeto, en Maracay. Nuestro gobernador Falcón lo tuiteó no hace tanto. Esta vez lo vi, no me lo contaron.
Lo del hambre está pasando de castaño a oscuro y el gobierno no se da por aludido. Insiste en su discurso propagandístico de la “guerra económica”, solamente creído por sus jerarcas, pero mientras no acierte en el diagnóstico de lo que está pasando, es imposible que atine con la solución. No hay otro camino que producir y focalizar las divisas en las importaciones que más eficazmente ayuden a abastecernos y a mover la industria y el comercio.
Las encuestas lo dicen. Es mucha la gente que está comiendo una o dos veces al día. Las proteínas y las calorías que consumen son insuficientes. La escolaridad tiene dos enemigos insidiosos en la malnutrición y el miedo a la violencia. Súmense a eso los problemas del sistema de salud y no es difícil calcular el destructivo impacto en el futuro de los errores cometidos y no corregidos.
La indiferencia no es opción cuando la situación se agrava cada minuto.