Decía Adolfo Hitler, entre las muchas cosas terribles que decía, que de la historia lo único que se aprende es que nadie aprende de la historia. Y no puedo dejar de pensar que Donald Trump es uno de esos que no están aprendiendo de la historia a pesar de que, en muchos aspectos, la está repitiendo pues, como en los tiempos en que Hitler ascendió democráticamente al poder. El estado de angustia y miedo que sienten parte de los norteamericanos de hoy se parece al que sentían los alemanes de entones. En tiempos difíciles la gente recurre a líderes que, al simplificar y falsificar la realidad, proponen soluciones a problemas que terminan por convertirse en soluciones que empeoran la enfermedad.
¿Será verdad que nadie aprende de la historia? Por supuesto que muchos aprenden pero de vez en cuando aparece un badulaque que por artes de demagogia, birlibirloque o apoyándose un poder ilegítimo, logra colarse hasta las alturas del poder y, desde ahí, olvidando las enseñanzas de una historia que nunca supo que existía, se dedica a hacer todo el daño posible, convencido de que tiene la verdad de todas las cosas habidas y por haber. Una de las más abultadas ignorancias de quienes nos desgobiernan tiene que ver con el desconocimiento de los pocos éxitos y muchos fracasos que las tesis marxistas han experimentado desde que Lenin comenzó a transitar el camino hacia el comunismo, incluyendo los tiempos de muerte por la represión o por la hambruna que cada tanto azotaban a esos países.
Pero la incapacidad de aprender se refiere no solo a los grandes temas en la política, temas que son complejos y difíciles, sino también a temas más modestos y aparentemente más fáciles de entender, tal como lo es el caso de la necesidad de salir del poder o darse cuenta del daño que le siguen haciendo a sus países mientras retardan su salida. Hitler, disociado de la realidad, no lo entendió y al final se suicidó sin que nadie lo lamentara, salvo quienes formaban parte de su entorno, que sabían lo que les esperaba y decidieron seguir su ejemplo.
En Venezuela tenemos un excelente ejemplo de un dictador que pudo intuir que había llegado el momento de irse. Me refiero a Marcos Pérez Jiménez quien, ante el marasmo por el que estaba transitando el país, supo escuchar el consejo de uno de sus ministros: “Mejor nos vamos, mi General, ya somos ricos y pescuezo no retoña”. De hecho, muchos perezjimenistas de entonces no solo salvaron sus pescuezos, sino también sus dineros. El mismo dictador, tras varias desventuras que lo llevaron a pasar un tiempo en la cárcel, regresó a España a disfrutar de un largo exilio y morir pacíficamente a una avanzada edad.
Otros, como Leónidas Trujillo o Anastasio Somoza, no entendieron la lección de la historia y murieron asesinados por brutos, por estar demasiado apegados al poder o al dinero o por no atender consejos.
Claudio Beuvrin