Editorial: Sobre la ciudad

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Toda ciudad bien planificada está curada de los sobresaltos que prodigan la improvisación y el desorden.

Los planes urbanos se diseñan conforme a cómo se sueña la ciudad, de cara al futuro, anticipándose a los desafíos propios del crecimiento y su presión sobre los servicios. Es, por supuesto, una visión compartida, fruto del sereno análisis de los expertos, e inspirada en las características y la particular naturaleza de los habitantes.

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Se planifica, y evalúa, con la mirada extendida, a mediano y largo plazo. Porque una ciudad que se precie no puede surgir al calor de la inmediatez, con parches y remiendos de última hora; ni la forma de concebir a la ciudad deberá estar sujeta al estilo, arranques, o color político de cada administración municipal.

El ciudadano debe sentir la ciudad, encontrar amable su hogar. La custodiará en la medida en que la perciba suya, no ajena. Sólo así aflorará el sentido de pertenencia, que por ser tan precioso es menester afianzar. El morador de la ciudad ha de poder caminarla, vivirla, penetrar su atmósfera, palpar e interpretar sus risas y lamentos, saberse partícipe en todo momento de su historia, presente y venidera.

Todo esto viene a cuento frente a situaciones diversas que, con dolor, se observan en Barquisimeto. No es exagerado decir que, a la vista de todos, la capital del estado se ha venido a menos, en forma dramática, violenta. Aquella ciudad años atrás admirada por su orden, aseo, vocación musical y pujanza, se ha tornado inhóspita, agresiva, difícil de respirar. Es una ciudad estropeada, oscura, caótica. No hay aceras ni respeto. El corolario de todo esto es que a muy pocos les duele ni concierne.

Y, la verdad sea dicha, la responsabilidad es colectiva. Por fanatismo de unos, y por apatía o ceguera de otros, el voto de una mayoría puso al Concejo Municipal al mando de una plantilla de voceros partidistas que escasamente se ocupan del tema urbano. Ni siquiera el Día de la Ciudad escogen como Orador de Orden a un historiador, a un educador o hijo ilustre de esta comarca. Se traen de Caracas a alguien que vocifere sandeces ideológicas. Hablan para ellos mismos, arrinconados en su patético sectarismo.

Tuvieron diez largos años para deliberar sobre la actualización del Plan de Desarrollo Urbano Local (PDUL), que perderá vigencia este diciembre. No lo hicieron. Estaban ocupados en tareas como la de ir a Colombia a investigar las andanzas desestabilizadoras, jamás probadas, de un politólogo que había sido asesor del alcalde. O en entrarle a mandarriazos a las puertas del despacho de la alcaldía, hasta derribarlas. Además, cada vez que hay una marcha oficialista en Caracas dejan de sesionar, como si no hubiese materia importante qué tratar.

Así, la ciudad se queda sin su principal instrumento de planificación, sin el “mapa de ruta” que representa el PDUL. ¿Para cuándo está pautada la consulta pública que contempla la Ley Orgánica de Ordenación Urbanística? ¿Será acogida alguna observación? ¿Cómo se resolverán las diferencias de criterios? En fin, ¿qué garantías le restan a la tan deteriorada calidad de vida? Es triste recordarlo, pero Barquisimeto fue una de las principales ciudades del país en diseñar y ejecutar un PDUL. Hoy, a las carreras, se trata de armar uno, a modo de enmendar, en el último minuto, su orfandad. ¡Incalificable omisión!

Y, ¿qué decir de la desconcertante idea de declarar ejido a todo el Aeropuerto Internacional Jacinto Lara, hasta atiborrar de ranchos el Cono de Seguridad y Aproximación, los bordes de las pistas y el área en que están emplazados los radares, donde hay radiación?

Esa monstruosidad es obra del Concejo Municipal que tenemos. Asimismo no sería honesto dejar de recriminar, con la misma fuerza, la justificación del propio alcalde, Alfredo Ramos. Afirmar que “reconoce” la lucha librada “por los habitantes del Cono de Seguridad, para que en esos terrenos se puedan construir viviendas dignas”, que la primera autoridad local sostenga eso, por decir lo menos, deja mucho qué desear.

En definitiva la ciudad merece, y está urgida, de ser mejor tratada, y, sobre todo, mejor pensada. Permítase una pregunta, para cerrar: ¿Quién dará la cara y responderá por sus actos si, Dios no lo permita, se registra una catástrofe en el aeropuerto?

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