#ESPECIAL INFOGRAFÍA+FOTOS Comer chatarra: Un hábito convertido en extravagancia

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Lo que antes era una costumbre se ha transformado en un placer suntuoso. Un pepito, el más famoso en Lara, cuesta entre 3 mil y 5 mil bolívares.

Para un barquisimetano que se precie de haber nacido en la tierra donde se patentó el pepito, sentarse en un local de venta de comida chatarra todos los fines de semana es un hábito casi tan marcado como rezarle a la Divina Pastora. Pero la inflación obliga a los larenses a hablar en pasado. Comer pepitos fue un hábito. Ahora, es una práctica extraordinaria, lejana, suntuosa.

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Larry Mora, su esposa e hijos solían comer fuera de casa todas las semanas, pero desde que en el menú del establecimiento que frecuentan, en la avenida Libertador, los precios ascendieron a más de 3 mil bolívares por cada plato las salidas se redujeron.

El presupuesto familiar solo les permite ir mensual o bimestralmente a sentarse en las sillas de plástico dispuestas a un lado de la avenida, donde por las noches y hasta la madrugada los cocineros mantienen las parrillas encendidas para preparar en menos de 20 minutos los manjares callejeros.

Cuando deciden aliviar el antojo ordenan la comida en combos. “Antes, pedíamos los mejores pepitos”, recuerda casi con nostalgia Mora.

Preparar la chatarra en casa es otra de las tendencias para rendir el dinero. Si compran los ingredientes y los hacen en familia, dice la esposa de Mora, ahorran hasta un 50 por ciento del gasto comparado con el de una salida a la “Calle del Hambre”.

Maye Hernández y su esposo tenían por costumbre visitar asiduamente restaurantes y con menos continuidad los puestos de comida rápida callejeros. Pero, la relación costos-ingreso, admite Hernández, ha alargando aún más la frecuencia de cenar comida chatarra.

Esta alteración en el movimiento de los clientes es bien sabida por los propietarios de los locales. Las visitas semanales fijas han pasado a ser esporádicas, coinciden.

El cambio lo ven de forma más dramática cuando sacan los cálculos cada noche. En tiempos prósperos, refiere Edwin Rivero, el encargado de un puesto ubicado frente a la urbanización Patarata, despachaban como mínimo 50 pepitos entre las 5:00 de la tarde y las 2:00 de la madrugada. Estos meses, apenas vende 15, si el día es bueno.

Incide también la reducción de la oferta. Rivero dejó de ofrecer pepitos y perros por los altos costos de los ingredientes y la escasez de pan. Por eso, en la carta del local que atiende desde hace siete años, solo figuran las hamburguesas.

Hasta hace poco un paquete de pan para perros calientes y hamburguesas de 10 unidades costaba entre 470 y 570 bolívares, pero actualmente lo adquieren en 2.000 en los establecimientos comercializadores de insumos para cocinar comida rápida.

El pan canilla para pepitos es más costoso. En las panaderías vale 350 bolívares, pero cuando éstas no lo despachan por falta de harina los revendedores los aumentan a 500 bolívares cada uno.

El kilo de lomito y de pollo, otros de los ingredientes básicos de la comida chatarra, se ubica en 3.000 y 3.500 bolívares. El queso más económico, en 2.200 el kilo.

La mayonesa, base de todas salsas, está valorada en 12.000 y 13.000 bolívares el galón de 4 kilos, cantidad útil para dos días en negocios donde ofrecen cinco tipos de aderezos, como lo explica el propietario de otro local, Alexander Albornoz.

En un intento de suprimir gastos, Albornoz probó con la mayonesa casera, pero no le resultó. El tiempo de duración es menor y, por lo tanto, no es factible. Entonces, decantó en ser menos generoso con la cantidad de salsa en los dispensarios colocados en las mesas para poder así rendir un poco la materia prima.

El gusto en cifras

Para mantener las ganancias, los comerciantes deben modificar los precios con regularidad. En los puestos con ofertas económicas una hamburguesa cuesta 950 bolívares. Unos pasos más adelante, la de menor precio es de 1.700 bolívares y la de mayor costo en 3.000; mientras que los famosos pepitos varían entre Bs. 3.200 y 4.000.

En un establecimiento conocido como “La Botella”, en la avenida Libertador, los costos ascienden. El perro caliente más costoso vale 2.200, la hamburguesa 3.950 bolívares y el pepito 4.800. Es decir, un grupo de cuatro personas que elija este último plato para la cena debe invertir 19.200 bolívares, 4.000 bolívares más que el salario mínimo vigente (Bs. 15.051).

Comprensivos de que la inflación arropa a todos por igual, quienes viven de la venta de comida rápida han ideado formas para no ahuyentar a los comensales y lograr el equilibrio ganar-ganar.

En ese plan algunos locales han implementado ofertas. En el dirigido por Rubén Ardilas, en la “Calle del Hambre” de la avenida Libertador, crearon combos de una o dos unidades de perros, hamburguesas y pepitos con una bebida incluida con precios que oscilan entre 1.300 y 3.100 bolívares.

Si bien han servido de imán para aumentar las ventas, los perros calientes siguen representando la mayor demanda porque “la gente busca lo más económico”, deduce Ardilas.

Sigue siendo un buen negocio

El aumento constante de los productos, en efecto, ha mermado las ganancias para quienes se dedican a vender comida chatarra, pero el negocio sigue siendo una buena fuente de ingresos monetarios.

Como ejemplo, Ardilas expone que desde el año pasado el número de locales de comida rápida en la ciudad ha aumentado un 90 por ciento.

En cada esquina hay uno y esto, dice, es un reflejo claro de lo productivo de este tipo de comercios.

Albornoz, dedicado desde hace 11 años a este oficio, comparte la tesis de la prosperidad a pesar de la crisis. En su experiencia, aunque no gana lo mismo, sigue siendo provechoso. En años anteriores, el lucro era de un 30 por ciento. Ahora, es de 21 por ciento, calcula.

Por otro lado, el desabastecimiento de alimentos de la cesta básica, asegura Ardilas, ha sido positivo para esta área comercial porque muchas personas al no tener con qué cenar en casa encuentran en la comida rápida un forma de saciar el hambre.

Cuota de protección

Si permanecer en un sitio cerrado y con vigilancia no produce sensación de seguridad completa, estarlo a la intemperie y sin cuidadores reduce la posibilidad de sentirse protegido. Para prevenir robos, los propietarios de los locales solicitan apoyo a los organismos de seguridad regional con recorridos constantes por la zona donde trabajan y estos acceden.

Adicionalmente, han instalado puntos de venta para evitar la acumulación de dinero en efectivo y alejar la atención de los delincuentes.

Este sistema, además, beneficia a los comensales, pues, por las sumas que deben cancelar implica el manejo de muchos billetes. La posibilidad de pagar con tarjetas de débito, por consiguiente, significa un alivio.

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