No tendríamos genios ni seres inteligentes ni científicos, mundo, vida, belleza ni tanta perfección. La ciencia es la pregunta, Dios es la respuesta.
El mundo al que Dios le dio libre albedrío de acción y decisión es el mismo que lo pone en el banquillo de los acusados para juzgarlo como a un padre cruel, señalado desde el Viejo Testamento y aún hoy. Pobrecito Dios que se ha llevado encima los palos de un mundo que le reclama por qué lo abandonó a su suerte, lo dejó en manos de la injusticia y su presencia se esfumó.
Aprovechamos la vida, la disfrutamos con alegría, la cuidamos pero también abusamos de ella, la destruimos y acabamos. Perjudicamos a otros, atentamos contra su vida los envidiamos y malogramos igual que al ambiente del que recibimos solo bendiciones y beneficios; nos sentimos superiores a los otros porque tenemos poder, dinero, conocimientos y fama, olvidando que en la sepultura todos somos iguales y nada nos llevamos; hacemos la guerra, propiciamos la violencia pero no atinamos a hacer la paz ni a unir en bien de todos los lazos de la amistad y fraternidad de los pueblos, sociedades y familia.
El premio del cielo o el castigo del infierno lo llevamos dentro de nosotros, en el libre albedrío que recibimos de Dios de elegir el camino del bien o del mal. Somos culpables de nuestras obras, de todo lo que hayamos hecho y sembrado a lo largo de la existencia; somos el juez que al final nos juzgará premiándonos con la gloria o condenándonos al infierno.
La conciencia no es un juez corruptible ni es mentirosa la imagen del alma que nos muestra el espejo. Si no hacemos caso a ese juez y a esos ojos reflejo del alma y corazón de lo que realmente somos, seguirán hasta el final recordándonos que nadie más que nosotros somos responsables de haber elegido nuestra dicha o desdicha.
Mediante el libre albedrío en las batallas externas e internas de nuestra vida saldremos victoriosos o fracasados. La vida es fogata no humareda. Dios nos puso en el mundo para que fuéramos felices y viviéramos en paz; solo nos pidió amarlo y nunca olvidarlo además nos dijo a cada uno «Pide y se os dará, ayúdate que yo te ayudaré»; más amor que ese imposible.
En momentos de ofuscación cuando miro el mundo y en él nada hallo de lo que anhelo tener, se me despista la esperanza, no atino a descubrir una luz en el camino. Por un rato mi fe se desconcierta, se va de mi alma que necesita no perder la confianza que es más que la vida, más que la misma perseverancia en la aspiración; se va mi fe pero regresa en abrasada lira, me anima, reconforta y rezo. Así somos los hijos imperfectos de este mundo perfecto, en el que dudar no es posible donde la aureola del milagro brilla sobre el cielo reluciente a cada instante.
Mientras me acercaba a la luna comandando la nave espacial «tuve la enorme sensación de que había un poder mayor que ninguno de nosotros, que había un Dios y desde luego un principio» (Frank Borman).
Unos creen que nada muere, todo se renueva, la mariposa surge del gusano, el cisne revive como albo lirio de la yema ennegrecida, el ave fénix resurge de sus cenizas y vuelve a vivir, la libertad revive en el corazón del hombre cuando rompe sus cadenas; otros creen que una vez muere el cerebro todo vuelve al limo de la tierra sin posibilidad de regreso a lo que vida fue. Para muchos en el mundo el milagro de la vida es creación de Dios, para otros es el resultado de la teoría del Big bang, efecto de la explosión acaecida hace millones de años.
Continuará…