El desmoronamiento de los valores democráticos en nuestro país dio paso al resurgimiento del autoritarismo con la falsa creencia de que a través de un “prohombre” ungido por la Providencia se reencausarían los destinos patrios por la senda del bienestar y del porvenir. Pasamos, en cuanto a la praxis política, de la Democracia Social a una postura neofascista disfrazada de socialista, a decir de las acciones que distinguen al actual régimen (léase el artículo “El ámbito del fascismo” publicado en este mismo diario el día 15-01-2011).
Ahora bien, no nos debe sorprender que parte de nuestra población haya comulgado con la efigie providencial, ya que desde el año 1830 hasta nuestros días se ha alimentado el imaginario colectivo del venezolano con la gesta heroica del proceso independentista centrada en la figura del caudillo, personaje que sustenta su representación, de acuerdo al historiador Vallenilla Lanz… ”en el prestigio que da la gloria militar en los pueblos guerreros”. He ahí parte de la explicación psicosocial de este fenómeno que se ha visto reforzado incluso durante el pasado siglo XX, si consideramos que más de la mitad de sus 100 años de historia estuvieron regentados políticamente por gobiernos militares amparados en la imagen mitológica de Bolívar y del autócrata de turno.
La gran diferencia del pasado heroico del siglo XIX con el tiempo presente, radica en que, por ejemplo, en el año 1842, Páez proyectó entre lo épico y lo religioso la estampa de Bolívar para unir a un país fragmentado por la guerra y las desigualdades sociales y en la actualidad se utiliza a nuestro prócer-nación para la defensa de intereses particulares y grupales-partidistas, transgrediendo los últimos deseos del Libertador en su lecho de muerte: “…si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”. Así están las cosas en esta “República Bolivariana”. En todo caso, el heroísmo debería estar en consonancia con actuaciones trascendentales, con el esfuerzo en relación a una causa estimada colectivamente que genere la admiración en cualquiera de los ámbitos del desempeño ciudadano, tales como por ejemplo el científico, el intelectual, el social, coadyuvando al avance y al progreso civilizatorio y no a los intereses de cúpulas enquistadas en el poder.
Es menester entonces analizar cómo se manifiesta este autoritarismo en la actualidad, sobre qué pilar ideático sustenta su actuación y qué rasgos fundamentales expresa para así visualizar de una manera más clara su comportamiento en la sociedad venezolana. En relación con estos aspectos se puede afirmar que este sistema de autoridad, al inducir el culto a la personalidad del gobernante, apelando entre otros al ideario del nazista Alfred Rosemberg, se constituye en la expresión moderna del racismo, ya que muestra una postura en contra del igualitarismo social cuando no permite que el resto de los connacionales tengan la posibilidad de bañarse de glorias. De igual forma esta expresión de gobierno,al sustentarse en el mito del héroe que se recrea como acto simbólico para pretender nuclear al pueblo en torno al “Gran Hombre”, sirve a los propósitos de nuestros actuales déspotas en la difusión y concreción de su visión oscura de sociedad, en la sujeción institucional a sus designios y en la construcción de un “código moral” ajustado a sus conveniencias y desmanes que licencia la violencia y la transgresión a la convivencia ciudadana,lo cual, en definitiva, se instituye en un mecanismo perverso de control social.
Por ello este autoritarismo ramplón representa una postura política irracional sin ningún sentido de trascendencia, cuya pretensión es seguir cultivando, en un acto de deshonestidad ideológica, las ideas torcidas que en lo económico, en lo político y en lo social, han generado tanto daño a nuestro conglomerado social.