El padre Eusebio Goenaga, aunque había nacido en Azpeitia, Guipuzcoa, país vasco, España, se le consideró como un venezolano más, por el cariño que siempre demostró a nuestro país en todas las zonas donde le correspondió asumir sus responsabilidades.
Su fallecimiento la tarde del miércoles cundió de tristeza a quienes le conocieron y disfrutaron de su piadoso ejemplo.
Este miércoles, la iglesia de la parroquia San Agustín se colmó de parroquianos desde las primeras horas de la mañana para dar la última despedida a quien fue su pastor durante 22 años, hasta hace unos cuatro cuando, por motivos de salud, se vio obligado a retirarse.
Oswaldo Rodríguez, recordaba ayer los acontecimientos importantes del padre Goenaga durante su permanencia en Venezuela.
De cuando llegó al país en mayo de 1961, con 30 años, para estar solamente unos pocos, que finalmente fueron aumentando hasta totalizar 55.
El clérigo formó parte de un grupo español que vino a nuestro país por invitación de monseñor Críspulo Benítez Fontúrvel, desempeñándose primero como capellán del colegio La Salle.
Luego ejerció como profesor de latín y francés en el liceo Lisandro Alvarado, en el movimiento estudiantil católico del Pedagógico, director de Cáritas en los municipios Jiménez y Torres, párroco en Altagracia de Quíbor, en San Juan, de Carora, Santa Cruz, de Guarico, Morán; en 1962 se encargó de la de la Inmaculada Concepción, donde estuvo durante 21 años.
Sus bodas de plata sacerdotales las celebró el primero de abril de 1981 y en 1991 se encargó de la parroquia San Agustín, recibiendo el 01-04-07 del Papa Benedicto 16 su bendición como monseñor.
Fue tanto el amor que le tomó a Venezuela tan pronto llegó, que en 1964 obtuvo la nacionalidad.
Entre quienes acudieron a despedirlo estuvo monseñor López Castillo, quien lo consideró “un hombre muy piadoso en cuanto a su vida de santidad, como educador del pueblo de Dios, santificador de su gente, como su propia vida”.
Indicó que el padre Goenaga sentía la necesidad de ayudar a los más pobres, de allí la tristeza que dejó su muerte en sus parroquianos, algunos de los cuales no pudieron impedir las lágrimas al estar al lado del féretro donde reposaba su cuerpo sin vida, que se quedó en el país que había hecho suyo.