Los residentes de Phoenix están tan acostumbrados al fuerte calor de Arizona que suelen decir que se trata simplemente de un calor seco. Sus paradigmas podrían desaparecer pronto mientras el termómetro coquetea con los 49 grados centígrados (120 grados Fahrenheit) para este fin de semana.
Phoenix no será el único en el horno. Un sistema de alta presión que se fortalece proveniente del fronterizo México se dirige a quemar también otras partes de Arizona y el sur de California, amenazando con causar temperaturas récord.
Si bien están acostumbrados a las cifras de tres dígitos, la temporada de calor que amenaza con llegar es una rareza en Phoenix, una metrópolis desértica de 1,5 millones de habitantes, lo que aumenta las preocupaciones sobre un golpe de calor.
Se han pronosticado temperaturas en los 118 grados Fahrenheit en Phoenix para el domingo y en su máximo de 119 grados Fahrenheit para el lunes. Tal calor es «inusual, peligroso y letal», de acuerdo con una alerta del Servicio Meteorológico Nacional.
«Esto es extremo incluso para nuestros estándares», dijo Matthew Hirsch, un meteorólogo del Servicio en Phoenix.
El día más caluroso registrado en Phoenix fue el 26 de junio de 1990, cuando el termómetro alcanzó los 122 grados Fahrenheit.
Es probable que el calor extremo sea cada vez más común, de acuerdo con los científicos, culpando a la contaminación por gas invernadero causada por el hombre.
«Deberíamos anticipar más y más este calor extremo, y estamos empezando a sentirlo de primera mano. Así es como el calentamiento global se ve y se siente», informó el científico climático Jonathan Overpeck, de la Universidad de Arizona, en correo electrónico.
Durante las olas de calor, la gente debería estar alerta de señales de deshidratación y golpe de calor, incluso alta temperatura corporal, mareos y náusea. De no ser atendido, un golpe de calor puede llevar a discapacidad o incluso la muerte.
Los expertos de salud indican que incluso una diferencia de un grado en el exterior puede causar que la temperatura corporal se dispare, potencialmente afectando al cerebro y otros órganos. Las personas de la tercera edad, bebés y quienes tienen problemas de salud son particularmente vulnerables porque no pueden enfriarse tan rápido.
Entre 2006 y 2010, cerca de 3.000 estadounidenses fallecieron por enfermedades relacionadas con el calor, de acuerdo con las estadísticas del gobierno.
«Nadie necesita morir en una ola de calor, pero sí registramos fallecimientos. Todos son prevenibles», dijo Kristie Ebi, una profesora de salud global de la Universidad de Washington.