El expúgil y ahora entrenador Omar Enrique Catarí Peraza ha podido, de proponérselo por su condición de Gloria Deportiva, saltarse los años bajo los destellos del haz de luz que produce el bronce que consiguiera en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1984, pero a partir de su retiro en 1992 ha tenido que guantear todos los días bajo la sombra, con mucha filigrana, para esquivar los arteros, innobles golpes que la vida diaria envía al mentón.
Radicado en Barquisimeto desde los seis años en el barrio El Garabatal después de nacer en el enclave de montañas que rodean a Río Claro, linderos de Iribarren, Catarí, con su esposa y tres hijos ha podido establecerse como entrenador de boxeo, palmarés que tiene muchos aciertos y amenaza con enriquecer debido a que próximamente tendrá en sus manos, según ofrecimiento, la selección criolla juvenil que combatirá en el próximo campeonato mundial de la categoría, sin olvidar que se trata del primer atleta larense, pionero en conseguir un metal en Juegos Olímpicos, acción que veinticuatro años después se atreviera a calcar con los mismos moldes y relieves la cabudareña Dalia Contreras en la especialidad del taekwondo, para ser los únicos guaros en la lista de medallistas.
En otro afán evocador, el periodista quiso, con guanteo bajo la sombra y en pelea figurada pactada a tres asaltos, conocer la intensidad con la que asume el día a día Omar Catarí, en el encordado de su casa, la que actualmente revitaliza en lo físico. Varios días de espera nos hicieron recordar al púgil argentino Nicolino Locche, a quien bautizara el periodista Piri García como “Intocable” por sus condiciones innatas para esquivar los golpes, como lo comprobara el venezolano Carlos “Morocho” Hernández cuando pasó todos los asaltos en el Luna Park de Buenos Aires sin poder conectarle un golpe contundente.
Sobre el filo del gong final se asomaba en el destino por los intentos fallidos en la semana el nocaut para el periodista sin haber subido al cuadrilátero. Después de un nuevo par de llamadas, el viernes por la tarde, la cita, el careo. Allí, en la esquina azul el grueso, espeso oponente, de pelo entrecano y barba corta, rala e hirsuta, hizo catarsis, guanteó bajo las sombras y evocó con detalles los momentos de su vida, aquellos de gloria, como el del recibimiento en el aeropuerto Jacinto Lara ante miles de espectadores a su regreso de Los Ángeles.
Escarceos iniciales, incansables, sin caer en el clinch, preguntas y respuestas entrecruzadas y hasta matiné con el video de la pega Catarí-Maldrick Taylor (EEUU) -la guarda celosamente en su teléfono celular- en la que falló su avance a la final en Los Ángeles 1984. Después de más de quince minutos de intercambio de hechos y nombres, Catarí, que no se cansaba de frotar su celular, lanzó su primer gancho de derecha. Primer asalto.
Aprender a defenderse
Establecida la familia Catarí-Peraza en El Garabatal, minada por el dolor de haber perdido por la enfermedad del sarampión a la única hermana hembra (Milagro), el penúltimo de los ocho hermanos, Omar Enrique, debió aprender a pelear, a fajarse casi a diario en plena vía pública para defenderse de los más grandes, quienes le querían arrebatar el producto de las ventas de empanadas hechas por su mamá y periódicos que ayudaba a sostener la familia. Es otra de las muchas historias propias al boxeo, tener que ganarse la vida. A José, también hijo de Aura y Juan Bautista, le gustaban las fricciones, las peleas y como los hermanos se fajaban entre sí, Oscar, mayor que los dos, se encargó de llevarlos a las prácticas de boxeo. José se hizo pugilista y participó con éxito en Juegos Interfuerzas y Omar, menor, también hizo carrera en los ensogados, primero como amateur y luego con resistencia porque no era de su agrado, el profesional, el cual, en definitiva, después de quince peleas (11 ganadas y 4 perdidas) no quiso abrazar más.
Omar Enrique cayó en las manos del entrenador Naudy Medina. “Fue mi gran padre”, aunque dejó resquicios para agradecer los desvelos, entre otros, de Antonio Rivero, Manuel Naranjo y el profesor Omar Arráiz. Ahora el segundo golpe fue un uppercut, hacia arriba. Segundo asalto. El periodista no se defendía, solo anotaba.
De pie en el encordado
Asumidos los fundamentos necesarios para plantarse en un ring, Omar Catarí, a los 16 años se titulaba campeón nacional juvenil en los Juegos cumplidos en Ciudad Bolívar. Era el primero de muchos logros, que resumidos una treintena de años después, dejan un balance de 176 peleas con 150 triunfos y 26 derrotas, unas dolorosas y exitosas a la vez (?), como la ocurrida frente a Taylor porque en su confesión dice que después del golpe recibido en el segundo asalto que lo llevó a la lona, en la rueda de prensa posterior todo el mundo le hablaba de la medalla, y él, atontado por el golpe que había recibido en el mentón, no sabía de qué se trataba y mucho menos de cómo había terminado el tercer asalto. La decisión fue desfavorable 5-0.
Catarí, inició su tarea en los 48 kilos (minimosca) y rápidamente hizo su ascenso hasta los 57 kilos (pluma) en los que se sentía mejor. En gallo (54) hizo ocho peleas. A los 17 años, en pleno ascenso de su carrera, en Torino, Italia se coronó campeón mundial y antes de Los Ángeles estuvo en Los Bolivarianos (81), donde no pudo realizar el combate final (plata), al sufrir fractura de la clavícula. Después los Panamericanos de Caracas en el 83, en los que falló en su segundo combate al perder frente al cubano Adolfo Orta, con quien realizó fieros combates.
Al caer expugilista y periodista en el combate inside (adentro), José Omar recordó los recios combates con el cubano Jesús Soller como los más duros. Él tenía más de 400 combates en amateur. “Primero le gané en Checoslovaquia y él me venció después en Roma. Me había engolosinado con la pasta y no es excusa, pero me puse pesado, lento en los movimientos”.
Al cubano Juan Bautista Hernández, campeón olímpico le venció en el Batalla de Carabobo y de inmediato recordó el titular periodístico al día siguiente: “Catarí devaluó el oro cubano”. Recibió elogios y también críticas, las cuales recuerda porque se le recomendó el retiro “porque estaba acabado”, justamente cuando regresaba de Seúl 88.
La etapa del profesional poco la quiso recordar Omar Catarí. Nunca fue de su agrado, “allí llegué por intereses económicos y todo terminó cuando perdí en la pelea por el título mundial con el mexicano Genaro “Chicanito” Hernández. Todos apostaban a que no duraba tres asaltos y terminé la pelea. Tercer asalto.
Nueva vida y entrenador
A la par de su esplendorosa vida como pugilista, Catarí ejerció carrera como galán. A los 12 años, en una fiesta, conoció a Isabel Amparo Medina, sobrina de Naudy Medina, quien tenía apenas 5 años. “Fuimos creciendo, cuando ella cumplió 15 nos hicimos novios y ahora, Gracias a Dios –su jab de la conversación- tenemos 28 años de casados y con prole de tres hijos, tres esgrimistas: Deivis Enrique, en la modalidad de sable; Sebastián Enrique, también esgrimista en florete al igual que Paola Valentina vicecampeona suramericana en Argentina y subcampeona panamericana en Aruba, con quienes comparten su nueva covacha.
Como entrenador Omar Catarí ha podido enriquecer su palmarés. Es un estudioso de la disciplina y de la vida, esa que mejoró desde el sexto grado en La Carucieña y luego en el bachillerato por el apoyo que le brindó el profesor Leopoldo Mauriello, quien se empeñó en hacerlo bachiller, para que después ingresara al Instituto Universitario “Andrés Eloy Blanco”, del que egresó como técnico superior, especialidad boxeo, con licencia para seguir abriéndose paso en el deporte de las narices chatas y de la vida misma..