En Venezuela, para que tengamos una democracia verdadera, hay que reconciliar la vida política con la Constitución. La Constitución no es perfecta, pero tiene la inmensa ventaja de poder servir de espacio de encuentro para todos los venezolanos, algo que necesitamos, y mucho, para afrontar con éxito los grandes y graves problemas que nos aquejan. Esa, es la madre de todas las reconciliaciones.
Que el gobierno gobierne y que el parlamento pueda representar, legislar y controlar sin otro límite que el constitucional. Que el tribunal imparta justicia y el Contralor controle y el Ministerio Público persiga con eficacia el delito y el Defensor del Pueblo defienda al pueblo y el Poder Electoral sea árbitro imparcial, legal, de nuestras contiendas cívicas a dirimirse por el voto libre y limpio. Que la prolija carta de derechos humanos consagrados no sea una lista de buenos deseos. Y que la organización del poder prevista para el Estado, tal y como está distribuido y dividido territorial y funcionalmente, opere en beneficio de todos. Y que la Fuerza Armada esté al servicio de la Nación entera y no de persona o parcialidad política alguna.
El cambio político es que haya democracia y la única política nacional alternativa a la continuidad de este modelo inviable, es la Unidad, articulada en la MUD. Ese es su gran valor y también su enorme responsabilidad. Tiene el deber de usar todos los recursos democráticos a su alcance para luchar por ese país de todos, sin exclusiones, sin divisiones y sin discriminaciones que queremos. El diálogo es uno de esos recursos legítimos. A él hay que estar dispuesto siempre, sin candidez, y sin trampa.
La elección del 6D fue un hito en el camino de la reconciliación. Una nueva mayoría ciudadana expresada con fuerza y la primera prueba para que el diseño de la Constitución funcione. El gobierno no ha estado a la altura. En vez de captar la potente señal del pueblo, prefiere declararse en rebeldía a su mandato. Su terca resistencia a la rectificación y su insensatez de trancar la vía del cambio democrático, traen al país los peligros de un incremento inaguantable de la presión social.
Crece la desesperación por cambiar. La dura realidad no se soporta, sobre todo por los pobres y la clase media. La estrategia del gobierno es la del agotamiento y el desaliento. Que la gente se canse, se decepcione y se rinda.
El poderoso caudal crítico y deseoso de cambio debe aglutinarse en torno a la Unidad y su propuesta del Referendo Revocatorio Presidencial, camino pacífico, democrático, constitucional y electoral. O sea, venezolano. Y la Unidad acuerparse más, vista y ánimo puestos en lo fundamental. Cada vez más creíble, más confiable, más digna de la hora. Todo recurso lícito es válido.