Recientemente le pregunté a mis alumnos cuál era la arquitectura que mejor podía caracterizar e identificar al país. Las respuestas estaban todas referidas a importantes obras del pasado –era obvio, se trataba de estudiantes de historia de la arquitectura- pero se sorprendieron cuando afirmé que eran los ranchos, única tipología arquitectónica tradicional que sigue viva y multiplicándose y que podemos encontrar en todas partes, volviéndose altamente visible e identificadora de nuestra condición de país del tercer o cuarto mundo.
El rancho es nuestra arquitectura vernácula más representativa. Es la arquitectura realmente popular y es la que mejor responde a las necesidades de habitar y a las limitaciones de quien la construye. Es vernácula porque es construida por los usuarios con la ayuda de la comunidad y siguiendo patrones constructivos probados por el tiempo, sin que necesariamente intervengan en ella profesionales de ningún tipo.
Alguien podrá protestar: ¿Cómo es eso de identificar a los ranchos como arquitectura? Evidentemente, esto responde a un viejo prejuicio: solo las obras de cierta calidad pueden calificarse como arquitectura, las demás son cualquier cosa, menos arquitectura. También interviene en esta afirmación el prejuicio de ser arquitectura pobre, hecha por y para pobres, asumiéndose que lo moderno, lo construido con materiales de hoy y siguiendo planos y cálculos elaborados por arquitectos e ingenieros, son los que necesariamente son dignos de ser considerados arquitectura.
Logrado un territorio mínimo, el rancho provee de un punto de arranque a muy bajo costo y que, eventualmente, llevará hacia la posesión de una vivienda completa. Tan barato y humilde es que,de inicio, apenas requiere de cuatro estacas y algunos plásticos y materiales de desecho que fácilmente pueden conseguirse.
El rancho integra una tradición histórica que se remonta hasta los primeros días de la conquista. Incluso las casas de los colonizadores en algún momento fueron un simple rancho, un cobertizo con una empalizada para guardar los animales y protegerse de los ataques de los indios. Fue más tarde que comenzaron a levantarse lo que hoy son las casones coloniales, de las que quedan muy pocas originales de aquellos tiempos aunque su modelo siguió repitiéndose después de la independencia.
El rancho resulta de un saber popular generalizado: construyen hombres, mujeres, hasta niños. Y lo hacen a cualquier hora y día, por ejemplo, después de regresar del trabajo, los fines de semana, etc. Sus materiales, especialmente al principio, están íntimamente relacionados con lo que se consigue, a veces a pocos pasos. Son de crecimiento progresivo, asumiendo la existencia de lotes de dimensiones adecuadas y cuando las circunstancias obligan no dudan en irse hacia arriba: hay ranchos de 3 y hasta cuatro pisos. Pueden ser reconstruidos y reestructurados reciclando el material, por lo menos en parte. Su huella energética es baja y mejora el ambiente cuando los ocupantes convierten un yermo en un pequeño espacio lleno de especies frutales.
Lo malo de los ranchos es el urbanismo: es un desastre: es laberíntico y difícil de dotar de servicios.