Una sociedad que pierde su fuerza, que olvida los valores que la constituyen, que se debilita y va desintegrándose, es una sociedad que está en decadencia. Los individuos que formamos parte de ella también perdemos fuerza, importancia y perfección.
Ante una sequia inclemente, con agua y electricidad racionada por la corrupción y la incompetencia, millones de venezolanos se someten en la intemperie a largas filas y aglomeraciones para conseguir alimentos, medicinas o cualquier artículo de primera necesidad. Hacer colas se ha convertido para muchos en una fastidiosa rutina: las experiencias vividas en ellas pueden ser desde jalones de cabello, fracturas por alguna turba originada por la desesperación o incluso hasta los últimos minutos de vida.
Hace poco vi la imagen de una mujer dando a luz en una cola, ella echada en el suelo y su pobre bebé llegando a este mundo rodeada de la miseria en la que este país está envuelto. Quizás esta madre recién parida en esa cola no pudo comprar los pañales que le hacían falta porque cuando llegó su turno, puesto que le informaron que sin partida de nacimiento no se los podían vender.
Pero las colas bajo el sol no son el único síntoma de la decadencia que vivimos. Muchas ciudades de nuestro país son sometidas al bombeo de aguas putrefactas que llegan a nuestros hogares. Días atrás se me ocurrió cepillarme los dientes usando agua del grifo para enjuagarme la boca. Mi reacción inmediata fue vomitar: agua con excremento era aquello que mi cuerpo no toleró. Es esa cloaca la que el Gobierno nos envía para que nos bañemos y cocinemos.
Y son esos baños hediondos, esas colas humillantes y otras tantas degradaciones a las que estamos sometidos, que ya no sólo somos víctimas, sino también partícipes de este desagradable retroceso.
La delincuencia que no tiene clemencia nos ha llevado a tal nivel de intranquilidad y miedo, que ha hecho prosperar en algunos de nosotros la intención de hacer justicia por propia mano, esto ante la ausencia de valor moral en aquellos que tienen el deber de administrarla.
Pero esa justicia popular, a veces cobra víctimas inocentes. Vi un video reciente en donde un chef era golpeado hasta quedar casi inconsciente. Su voz no se escuchaba entre tanto alarido. Los que por allí pasaban se unían a la golpiza, cobrando quizás a ese señor, los atracos y las vejaciones a las que han sido sometidos por tantos criminales. Los golpes no fueron suficiente y allí mismo fue rociado con gasolina y encendido como una antorcha viviente. Ese señor no era delincuente, era un cocinero, lo confundieron por error y ese error le costó la vida a un venezolano trabajador.
Frente a este decaimiento moral del cual somos parte, tenemos la obligación histórica de levantarnos, dejarnos de teorías colectivistas, esforzarnos por ser mejores individuos y encontrar la humanidad de la que Dios nos dotó. Este país necesita cambios profundos, pero sólo nos encaminaremos a ellos cuando recuperemos la dignidad que nos hemos dejado arrebatar.
Julio César Rivas