En la segunda ida intempestiva del fluido eléctrico del día, tenía el sueño engarrotado en las ojeras.
Me asomé a la ventana y vi absorto una barricada en llamaradas, mientras vecinos altisonantes vociferaban su queja, estragados por la incomprensión de no entender un esquema de cortes manejados al antojo, como si fuese una ruleta burlesca de caprichos gubernamentales.
Mientras le daba palmadas angustiantes a la modorra, me limité a reflexionar sobre tal dictamen. Ya la luz se había ido por cuatro acaloradas horas y ahora nos regalaban una ñapa adicional. Habría que enfundarnos amplios estudios de cartografía, avezados conocimientos sobre jeroglíficos egipcios y hasta llamar a Indiana Jones para entender en qué cuadrante exacto está ubicado mi sector en ese enrevesado plan de racionamiento eléctrico.
Son horas de un terrible tedio y gran inoperancia para un país que clama por mayor productividad y resultados. Pero se
prefiere llenar de bostezos sudorosos los 240 minutos de zozobra, que buscar una forma productiva de solucionar semejante contingencia energética, provocada por la desinversión que por un infante climático.
Lo más descabellado de tan infranqueable esquema de corte lumínico es segmentar en importancia al país. La capital supuestamente no sufriría los embates de la mutilación del servicio; pero el Zulia, cuyos niveles de temperatura son alarmantes en cualquier época del año, sí; pueden sus habitantes pasar esas horas empapados en su desdicha, arrullando el calor en su pesadez y sin agua en los grifos como subterfugio para calmar la pesadumbre.
Pero el primer día de racionamiento se les fue de las manos al Gobierno, pues como llanto profético desde el cielo una pertinaz lluvia acarició la madrugada, dejando al descubierto el nulo mantenimiento de los transformadores, los cuales colapsaron y por más de 12 horas pusieron a contar los segundos a unos zulianos confundidos, quienes no entendían por qué las 4 horas se multiplicaron por tres y la burla sobrepasaba el límite del abuso.
Esa complicación generó en el Zulia la arremetida hacia las calles, trancando vías, sonando cacerolas y quemando cauchos y hasta basura, por eso cuando se fue la luz por segunda ocasión no sabía si prefería achicharrarme con mi esposa en ese obligado calor familiar o abrir la ventana para percibir el asfixiante olor a llanta chamuscada.
La situación pareciera un embrujante experimento para ver hasta dónde llega la paciencia nacional. Nos toca seguir en esa silenciosa tertulia con la soledad y con la incomprensión haciendo mella en las ideas, aunque observando cómo en los ministerios y en la propia Miraflores, pueden explayarse en su comodidad, recibir la ventilación generada por los aparatos eléctricos al tope, lavarse cuando les plazca y reírse de quienes padecen por su ineficiencia, a sabiendas que en cualquier momento el pueblo llevará su temperatura hacia una decisión abrupta y sacar de cuajo a este socialismo, que sólo siembra desdicha para la gran mayoría y bonanza para unos pocos relacionados con la cúpula del poder.
Lo más sorprendente es el rictus demoníaco para el cambio del huso horario, al zurrarnos en las narices sus falaces intenciones de poner de cabeza la espiritualidad cristiana y asentar la modificación precisamente en la hora de Satán. Si las 3.00 de la tarde es la hora sagrada, su contraria endiablada es la misma pero de la madrugada, por ello la sugerencia presidencial de implantar la reforma a las 2.30 de la mañana y asestarnos más desdichas, para sumirnos en su poder maligno.
En este entrevero de consejas de babalaos cubanos, opté por establecer en los relojes el tiempo para producir cosas positivas, elevar oraciones por la paz de mi país, sumar la media hora antes de acostarme, anhelar que el cambio sonría a Venezuela con la venia de Dios por delante y con la LUZ de la fe en su máximo nivel, aunque la eléctrica me la quiten por más de cuatro horas.
@Joseluis5571