Cuando los generales enchufados vomitan un amasijo de palabras, con infame y deplorable léxico, se me activa un reflujo, porque aquello afecta hasta el estomago. No suelo hablar pretendiendo ser “la opinión pública nacional”, pero no es difícil imaginar que lo que me ocurre también le pase a mucha gente en esta Venezuela desesperada, angustiada, deprimida y desesperanzada.
La última genialidad con charreteras salió de la boca de un general gris –aunque se vista de verde oliva o de civil– conocido como Rodolfo Marcos Torres, quien viene de compartir el botín con Nelson Merentes, dejando en la lona al Banco Central de Venezuela. ¡Qué exitooo! diría mi amiga Felipa, la del megáfono. Pues bien, aquello permitió anclar a este militar en un minpopo, donde se dilapidan los últimos churupos con los que cuenta este despotismo decadente.
Lo pusieron donde hay –en el minpopo de alimentación– donde antes estuvo otra joya verde oliva: Carlos Osorio, quien hizo su pasantía por las empresas básicas de Guayana y de cuya (indi) gestión nadie quiere acordarse, como no sea para engordar el grueso expediente por corrupción, que debe sustanciársele a este sujeto junto con sus cuñados, cortesanos y afines.
Seguro que algo queda de ñereñere para que Marcos Torres haya aceptado ese cargo. Está cebado con el olor y el placer que dan los dineros públicos. No debemos olvidar que además del BCV estuvo como presidente de Bandes, del Bicentenario y del Banco del Tesoro. El general de brigada sabe cómo se bate el cobre de las monedas y los billetes, aunque no sea su especialidad.
El revocable Maduro lo coloco en la cresta de la ola para que surfeara sobre la mesa vacía de los venezolanos, a fin de sortear la frustración y el descontento que genera la escasez de alimentos y la inflación, que hace todavía más dura y complicada la rutinaria tarea de encontrar comida para no morir de hambre junto con la familia. Pero todo indica que fracaso en su intento, fue devorado por los turbios negocios del cogollo rojo del que forma parte.
Las colas –cada vez más largas para comprar nada– sólo producen una acumulación de rabia entre los venezolanos, cuyo tiempo se malbarata en esa humillación que nos consume la vida. Valga decir que esto es un indicador incuestionable del avance del comunismo en las sociedades que lo padecen. Porque un pueblo que pasa demasiado tiempo en una cola no tiene fuerza ni disposición para exigir sus derechos. Eso lo sabe la macolla roja y actúa sin escrúpulos con el único propósito de mantenerse en el poder.
Eso también lo sabe el general de brigada, por eso pergeño una frase para intentar tapar con palabras vacías el desastre que todos sufrimos. Dijo, doctamente, y como si fuera una combinación de Teresa de Calcuta con La Pasionaria: “Yo no le rindo cuenta a la oligarquía, sino al pueblo”. Por cierto, toda esta cursilería plagada de demagogia, ignorancia y lugares comunistas la lanzó Marcos Torres, después que la AN aprobara un voto de censura en su contra, lo que significa destitución si esto fuera una democracia, y no un régimen tutelado por la más brutal y vetusta tiranía del continente.
La tragedia venezolana puede definirse como un despotismo militarista-castrista. La misma que ha permitido que la casta uniformada de verde oliva se coloque en posición de combate, para arremeter contra el pueblo y defender a la cúpula de la que forma parte. Es decir, la oligarquía, que significa: “Gobierno de unos pocos. Forma de gobierno en el cual el poder supremo es ejercido por un grupo de personas que pertenecen a una misma clase social”. No se diga más…