Podríamos comenzar haciendo algunos planteamientos iniciales sobre uno de los temas más discutidos en nuestro país y en el mundo en las últimas décadas:
Primero, la contabilización de la pobreza se ha convertido más en un debate político que una legítima preocupación social que sirva de guía para la puesta en práctica de políticas públicas dirigidas a enfrentar este flagelo.
Segundo, los organismos internacionales de desarrollo han sido testigos históricos de innumerables y dramáticas intervenciones de Jefes de Estado que han prometido mil y una veces eliminar de la faz de sus países los niveles de pobreza, de los cuales ellos nunca fueron responsables.
Y tercero, en el caso específico de nuestro país, existen distintas estadísticas para “contabilizar” el mismo fenómeno: la oposición tiene unas cifras, en este caso las ofrecidas por el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM) y el Gobierno tiene las suyas, las que ofrece el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), que obviamente son por lejos mucho más conservadoras que las primeras.
Estas últimas cifras oficiales son las que serán publicadas como tales tanto a nivel nacional como por los organismos internacionales, a pesar de su sesgo político.
Por disimiles razones, en Venezuela los indicadores sociales oficiales no han tenido un consenso técnico mayoritario, bien por la precariedad de las premisas que utilizan para la elaboración de los mismos o porque algunos grupos de interés se encargan de desacreditarlos. No obstante, para nadie es un secreto que lamentablemente el Gobierno nacional no publica periódicamente las estadísticas socioeconómicas “por razones de Estado”.
No sería temerario señalar que históricamente nuestro país ha sido siempre pobre desde el punto de vista de la distribución del ingreso de sus habitantes, como lo han sido todos los países de América Latina.
En otras palabras la pobreza no es nueva en Venezuela. Ella ha estado presente desde la Colonia hasta nuestros días. Probablemente lo que haya cambiado, con el perdón de los sociólogos, son sus niveles de intensidad y, por supuesto, la cuantificación de sus componentes, entre muchas otras variables.
Por ejemplo, la experiencia histórica nos dice que cuando disminuyen los precios del petróleo, como ha ocurrido desde 2014, los niveles de pobreza se vuelven a incrementar.
Algunos (España, 2009) lo catalogan como “pobreza coyuntural” frente a la pobreza “estructural”, la que está siempre presente, independientemente de los ciclos o vaivenes de nuestra economía.
Recientemente tres prestigiosas universidades (Universidad Católica, la Simón Bolívar y la Central) realizaron un estudio sobre la pobreza y concluyeron que en el año 2014 el 48% de los hogares en Venezuela se encontraban en estado de pobreza, pero en el 2015 la cifra alcanzó 73% (Semanario Quinto Día, 18 de marzo 2016, pag. 20)
Esto significa, según este estudio, que en términos redondos 23 millones de venezolanos no devengan suficientes ingresos para hacerle frente a sus necesidades básicas de subsistencia. ¿Cuál es el leiv motive de esta dramática situación? La respuesta tiene varias aristas que, por razones de espacio, intentaremos resumir.
En primer lugar, la precarización del salario, que ha hecho que prácticamente el salario promedio del venezolano sea el salario mínimo, que de hecho devengan la inmensa mayoría de la población asalariada.
En segundo lugar, el precio de los bienes y servicios que cada año se incrementa de manera sustantiva, en una relación mucho mayor que los sueldos y salarios. Por vía de ejemplo, el año pasado el Ejecutivo Nacional autorizó un incremento durante todo el año del 97% y la Canasta Alimentaria, que mide el Cendes-FVM subió 443%, a pesar de los rígidos controles que ha aplicado el Gobierno sobre los precios y las ganancias.
En tercer lugar, como consecuencia de lo anterior, ese impuesto perverso llamado inflación ha sido lamentablemente el principal protagonista de esta situación.
Finalmente citaremos a dos profesionales que han opinado al respecto: Trino Márquez, sociólogo, ha señalado que “el precio de las canastas Básicas y Alimentaria en el país han crecido sin guardar ninguna relación con el nivel de ingreso familiar; por eso la pobreza está asociada esencialmente a la inflación como fenómeno, específicamente a la inflación en los alimentos. “(El Nacional, 10 de abril 2016, pág. 3) A su vez el economista Humberto García Larralde coincide con la primera visión. El afirma que “la altísima inflación se come cualquier incremento nominal del salario. El empobrecimiento del venezolano es progresivo…. Y hasta que no se aumente la producción y se deje de financiar el déficit fiscal, imprimiendo dinero sin respaldo, no se irá a controlar la inflación y se seguirá deteriorando el poder de compra del venezolano” (Misma fuente).
En conclusión, los niveles de pobreza son altamente preocupantes en un país cuyo Gobierno se jacta de decir que tiene las reservas probadas de petróleo más elevadas del mundo.
En mi humilde opinión, este debería ser el gran debate a plantearse en estos momentos, pero lamentablemente pareciera que el desideratum político en el que estamos sumergidos no nos permite analizar los verdaderos problemas que afectan a la inmensa mayoría de los venezolanos de a pie.