No sé si es pesimismo o indignación lo que siento, al observar la grave situación por la cual atraviesa nuestro país en todos sus órdenes.
El tiempo galopa con su acostumbrada velocidad de siglos, es indetenible, es infinito y gran parte de él se nos va sembrando esperanzas, barajando expectativas, vislumbrando un cambio de rumbo en aras de una mejoría de la precaria situación económica, social y política que azota esta Venezuela; cambio, que no termina por materializarse.
Vino la Semana Mayor, pasó el Domingo de Ramos. Ramos Allup como estrella fugaz tuvo sus minutos de fama. Pasó el Domingo de Resurrección y la democracia no termina por resurgir. Sé que no es fácil, y estoy plenamente consciente de que lo que sucede es que estamos pésimamente gobernados por una camarilla roja rojita y de verde uniforme, que, exceptuando al legislativo, controla todos los poderes. Camarilla que luego de dilapidar cuantiosos montos que la industria petrolera generó, ha convertido al pueblo en un menesteroso pedigüeño.
Qué hacer, me pregunto. Se habla de tres vías –hay otras- tendentes como fin ulterior a la defenestración por incapaz del actual equipo de gobierno: El referendo revocatorio, la enmienda constitucional o la renuncia. Me desconcierta esa troika, pues me hace evocar el pretendido árbol de las tres raíces ya podridas en la tumba del olvido. Verbigracia: Me duele y deprime llegar al edificio donde desde hace años laboro, bellamente diseñado arquitectónicamente, que a raíz del advenimiento de la pregonada revolución “bonita” se convirtió en refugio de algunos rojos órganos del Estado, y presenciar allí, casi a diario, las inmensas colas de gente del pueblo, a la espera de poder comprar artículos de la cesta básica en el supermercado próximo. Observar cómo por las noches, incluso madres con niños de pecho improvisan en el piso camas con cartones, precisamente frente a la flamante casa de la Defensoría del Pueblo y en el porche del edificio. No solo duermen, sino que ahí mismo defecan y hacen sus necesidades. Bueno, supuestamente ahí debe estar su defensor.
Me asombro y me digo, cómo hemos llegado a esto, qué nos pasó. Las respuestas las tengo, como las tenemos todos a quienes nos conmueve y nos preocupa ver este caos de país, fracturado, sometido, tiranizado. El bravo pueblo del himno se convirtió en el manso pueblo cantado por Alí Primera, engañado por un iluso y manipulable demente que creyéndose el mesías sucumbió a la dogmática comunista de los Castro y dejó al país en el estercolero.
Entretanto la “U” de la Universidad, nada urde: Y yo, parodiando a Alma fuerte, ruego: “Palpita, despierta, reacciona joven recio/La patria hoy te necesita/ ¡Jamás! La tiranía tu permitas/porque la libertad no tiene precio”/.- ¿Y la de la Unidad?, para alguno, la “U” ni da para más, ante los vientos electoreros que soplan. Más insisto: Ésta debe ser como el junco, doblarse ante los embates del viento, pero nunca partirse; pues entonces, habremos arado en el mar.