Cada vez que en las redes sociales aparecen las imágenes de algún linchamiento, enseguida los comentarios se dividen entre una mayoría que aplaude el hecho y lo hace en los peores términos, y una minoría que lo condena.
El deseo de linchar resulta del miedo, la rabia, la desesperación y la impotencia del ciudadano por un cúmulo de situaciones que lo agreden constantemente y que no deberían existir o que el Estado y sus órganos de justicia deberían resolver de acuerdo a las leyes.
El linchamiento es, solo excepcionalmente, un acto de justicia, una justicia terrible porque el acusado no tiene la oportunidad de que se demuestren sus delitos, ni de defenderse, no es juzgado por un juez imparcial, la pena no es proporcional al delito cometido y no le da la oportunidad de redimirse tras el castigo porque el castigo es definitivo.
Quien lincha se convierte en un asesino y justifica o diluye el peso moral de su acto pensando que todos lo hicieron y que había que hacerlo.
Hay mucho morbo en esta “justicia popular”. La ejecución de sentencias públicas siempre ha atraído al populacho. En tiempos del terror, durante la revolución francesa, supuestos y reales enemigos del pueblo eran guillotinados uno tras otro y cada vez que el verdugo levantaba la cabeza cercenada se multiplicaban los vítores y los aplausos de la multitud. Eso mismo ocurría cuando mataban en la plaza pública mediante la hoguera, la horca, el garrote vil o el fusilamiento: era importante que la gente viera, no solo porque esto satisfacía su sadismo, sino también porque servía de escarmiento. El mensaje era claro: “Cuidado con lo que hacen pues puede pasarles lo mismo”.
Pero el linchamiento no tiene por qué limitarse al de un pequeño grupo de asesinos actuando contra un individuo que no puede defenderse. Puede ocurrir cuando un gobierno, por causa de su sadismo, ignorancia, odio, incompetencia o como se llame, lleva adelante una política que hace imposible mantener una vida normal porque no hay medicinas, no hay comida, no hay transporte, no hay seguridad ni hay justicia común que castigue a los corruptos, se cercena la libertad de prensa, etc. Quienes nos gobiernan no responden a las leyes del gobierno civil y esto es un genocidio, pero es también un linchamiento.
Ojala que el genocidio que el gobierno lleva adelante contra la ciudadanía no termine en un linchamiento cuando la tortilla se voltee. Una cosa es segura: en algún momento se volteará y será muy difícil evitar los linchamientos que ocurrirán. Ocurrieron tras la muerte de Gómez y tras la caída de Pérez Jiménez y será muy difícil impedirlos o condenarlos en términos morales.