Una delicada escena al final de “Llanto de Primavera”(1980),película japonesa muy premiada del director Yoji Yamada, nos llega al alma de la mano de la razón, por generar lo que suele atribuírsele a toda obra como condición para ser artística: perturbar al que la contempla, a la manera de piedra lanzada al agua, por producir ondas de significación retrospectiva. El argumento es sencillo: Un hombre llega en medio de la tempestad, a una alejada granja cuya dueña es una viuda joven con un niño de 7 años. Pide quedarse una noche y es alojado en el establo, pero el parto difícil de una vaca muestra su disposición para el trabajo rural. Se queda a cambio de la comida, estableciéndose una sutil relación –muy japonesa- entre los 3 protagonistas. Lleva un secreto consigo: huye porque mató a un hombre, asunto y sus razones, que sabremos espectadores y la protagonista femenina, casi al final, la noche antes de entregarse.
La escena final, “habla” sin palabras pues declara el amor entre los protagonistas de la misma manera en que lo han ocultado el uno al otro: Mediante la tensión generada por la contención de sus sentimientos, a través del silencio y de la”conversación” sostenida por la mujer, con un amigo desde el asiento contiguo, en el tren donde viaja el detenido escoltado por los detectives hacia la prisión. La mujer contiene el llanto con su pañuelo y pide permiso a los guardias, que ignoran la historia previa, para prestárselo al prisionero, quien al secarse las lágrimas conmovido al saber que la mujer le esperará, expresa en el llanto contenido, la alegría de amar y ser amado. El pañuelo será el enlace entre ambos: no se dieron los tiempos internos para el acercamiento cuando la libertad campeaba como un potro, sino ahora, desde el sufrimiento.
Toda esta introducción viene a cuento por aquello de la piedra lanzada al aguay las ondas que aparecen. Corriendo el riesgo de caer en estereotipos aunque haciendo la salvedad de las excepciones, imagino el mismo tema tratado por el cine italiano, no desde la contención sino del desborde de sentimientos o al solitario héroe americano, enfrentado al mundo. Reflexiono sobre el peso de los patrones culturales en el cine y sigo de largo para detenerme en un asunto aparentemente lejano, como son los prejuicios y la tolerancia, con sus efectos opuestos entre la gente. Y aterrizo en Venezuela. En mi tierra, con mi gente:La mía, la ajena,la del lado y la del frente.
Si algo nos falta a nosotros es la contención. De la lingüística ni hablar, dada la logorrea gubernamental. La emocional es proverbial y entra en calor cuando la logorrea le acompaña,permeando todos los espacios y ello, apuntalando la seguridad con la que algunos odian. Porque si algo necesita el odio, es de no saber suficiente sobre sus razones y sinrazones y considerar las variadas formas de su libertad de expresión.
Odio e intolerancia van unidos a los prejuicios.Y estos a la actitud, la cual se ha comprobado ser una conducta aprendida socialmente, desde la casa y la escuela; la sociedad y el grupo. En fin, que nos hemos condicionado los venezolanos –algunos más que otros- a mantenernos por tiempo indeterminado en el área del pre-juicio -juzgar sin tener el conocimiento previo- ante cualquier opinión política, venga de donde y de quien viniere. A lo cual sigue en caso de no coincidir, la desvalorización de la posición u opinión del otro, llegando incluso al desprecio.
Posición asumida aunque se carezca de la información mínima y necesaria sobre el origen de la opinión, actitud, forma de pensamiento y conducta del Otro. La respuesta sin Pavlov mediante, es rabia, ira y odio, estimulando las generalizaciones sin base, objetivas y racionales. Asunto que en el caso de ciertas personalidades obsesivas, puede persistir e incidir en conductas irracionales y reacias al cambio. Especialmente si la persona se rodea de quienes poseen la misma convicción prejuiciosa y la repotencian entre sí.
Regreso a la imagen final de la película japonesa: Hoy más que nunca, necesitaremos del pañuelito para compartir la tristeza por lo ido, pero también porque tendrá un final de reconstrucción de lo perdido: la bonhomía, la donosura, la inteligencia emocional, el aceptar el disentimiento de amigos y compañeros de trabajo, el anhelo de recuperar la risa franca y la verdadera solidaridad, esa que se ejerce sin coacción pero no con lo que sobra, sino con lo que tenemos. Compartir lo mejor de cada uno para superar el odio, a sabiendas de que la primavera puede tardar pero siempre llega.