¿Nos hemos acostumbrado a la humillación? La pregunta se cuela entre las piernas, los rostros, el cansancio y la angustia de los cientos de personas que veo en una de las tantas colas que parecen ser hoy uno de los “logros” más visibles de un fracaso llamado “revolución”. Ese fracaso, alertado desde hace tiempo por quienes advertían que esa receta de controles, expropiaciones, regulaciones y supresión de facto de la actividad empresarial privada, ya la habían vivido los países de la antigua URSS y otros amagos del comunismo y el colectivismo no tan lejano como Cuba. Aquello de la “Guerra económica”, es una imbecilidad. Tamaña mentira se sigue repitiendo, en trance Goebbelsiano, buscando algún incauto crédulo.
El chavismo se dedicó durante años a convertir la estructura del Estado en un aparato en el que Caudillo-Estado-Partido Oficial-Militares garantizaran el control social y permitieran el atornillamiento de la élite gobernante en el usufructo del poder político y económico en Venezuela. La Carta Magna aprobada en 1999, devino así un texto chicloso que se estira y encoje siempre y cuando su interpretación favorezca al Ejecutivo y limite, bloquee e impida cualquier iniciativa destinada a fiscalizarla, limitarla u obligarle a rendir cuentas ante la sociedad.
El país está hoy paralizado. Detenido por la quiebra y parálisis de una actividad productiva que no tiene divisas para importar sus insumos necesarios y por controles, regulaciones y acosos que le hacen cada día más difícil operar y funcionar. Y paralizado por el bloqueo que el gobierno, a través de instituciones totalmente a su servicio, caso CNE y TSJ, generan de las acciones y leyes que la Asamblea Nacional, y la mayoría opositora está aprobando.
Muchos términos o conceptos se asoman para describir el actual momento del país. Estado Fallido. Autocracia competitiva. Neototalitarismo, entre otras. Pero nada puede describir las pulsiones delincuenciales, caóticas, anárquicas que navegan en el mar de ingobernalidad, tensión y malestar social, económico y anímico que hoy es Venezuela.
Ante el drama de la escasez generalizada, que nos coloca cotidianamente ante niveles de barbarie y atraso jurásico, en pleno siglo XXI de avance sostenido de la ciencia, la tecnología y el control sobre la inflación y la claridad sobre el rol del Estado, la empresa y la iniciativa particular en la economía, Nicolás Maduro y la clase militar y civil que le respalda, continua haciendo de la mentira el insumo básico de la propaganda que aspira dibujar e imponer otro país, otra realidad.
Bolsas de comida. Cédulas. Marcas. Números. Maltrato. Amedrentamiento. Hambre. Amenaza. La indignidad es la marca de la praxis social del gobierno. Toda crítica es golpista. Toda obstinación declarada es insurrección. Toda protesta una amenaza a la “paz”.
¿Nos hemos acostumbrado a la humillación?
@alexeiguerra