El desarrollo como proceso que busca transformar países para elevar la calidad de vida de sus ciudadanos es una de las fronteras de la ciencia y del conocimiento hoy en el mundo.
Instituciones importantísimas como el Center for International Development de la Universidad de Harvard o The Earth Institute de la Universidad de Columbia, son algunos de los centros más avanzados en donde se investiga, divulga y asesoran decenas de países para impulsar sus respectivos procesos de desarrollo.
Esos procesos no solo son difíciles sino que son, en el sentido técnico de la palabra, complejos.
Complejidad –abordada desde la Teoría de Sistemas– es una característica de algunos procesos o sistemas a presentar comportamientos emergentes que no aparecen en sus partes individuales. La vida, por ejemplo, es un caso de sistema complejo; aunque todos los seres vivos estamos formados de carbono, hidrógeno, nitrógeno, oxígeno, fósforo y azufre, uno puede juntar todos esos elementos y no necesariamente crear vida.
La vida, en consecuencia, es un fenómeno emergente que no puede ser reproducido solamente a partir de “bloques” químicos. De la misma forma el fenómeno del desarrollo no se puede alcanzar juntando bloques; por ejemplo reproduciendo individualmente instituciones similares a las existentes en países desarrollados. Aunque tener bancos, universidades, asociaciones de vecinos, tribunales, etc., de primer nivel es extremadamente ventajoso, el proceso de desarrollo requiere más que juntar bloques. En esencia, el proceso de desarrollo sí amerita tener instituciones de calidad, pero la clave está en tener procesos institucionales de calidad.
De nada sirve un juez muy preparado y muy “justo” si sus sentencias tardan mucho en ejecutarse porque hay demasiados casos en el tribunal. El efecto puede ser el mismo que tener un juez corrupto o que no esté bien preparado. Aunque es posible hacer este análisis con una infinidad de instituciones, tal vez no haya ninguna otra en el que revista mayor importancia que en la educación. Si una universidad, por ejemplo, no revisa frecuente y sistemáticamente las oportunidades de mercado para mantener una oferta académica que genere el talento necesario, no será una institución de calidad sin importar cuantos profesores con PhD’s tenga en sus filas.
Y el caso del malfuncionamiento de las universidades es particularmente grave en el proceso de desarrollo porque las universidades son grandes generadoras de complejidad buena, es decir, de nuevas industrias, innovaciones, avances en salud y, sobretodo, avances en la propia educación.
Si el sector universitario no funciona adecuadamente no es posible impulsar de manera sostenible el proceso del desarrollo. Las universidades además son instituciones extremadamente particulares porque tienen la capacidad de evolucionar por sí mismas; en rigor tienen la capacidad de enseñarse a ellas mismas a hacer las cosas mejor o al menos encontrar nuevos mecanismos para alcanzar sus objetivos–si es el caso que no los logren.
Si bien es cierto que el actual gobierno de nuestro país ha debilitado premeditadamente las universidades con la intención de incapacitarlas, todo parece indicar que la mayor parte de las casas de estudio nacionales nunca han tenido éxito diversificándose y evolucionando para impulsar su propio crecimiento. La reflexión que necesitan hacerse muchas universidades en Venezuela y particularmente en el estado Lara es si están dispuestas a aprender de ellas mismas para poder estar a la altura del reto de desarrollar nuestro estado.
Si las alrededor de 20 instituciones de educación superior de Lara asumieran de manera coordinada y decidida el reto de mejorar sus estrategias para capitalizar las oportunidades de nuestro estado, no tengo duda de que el salto hacia el desarrollo sería astronómico. Tal como las mejores universidades del mundo, puede que las instituciones larenses tengan que asumir el desarrollo no solo como objetivo sino como estrategia para el beneficio del estado y del país.
Carlos Rodríguez Ruiz
@cgrodriguezruiz