Maduro se ha convertido en una suerte de camaleón gigante por su capacidad mimética, pero parecido a un dinosaurio con un cerebro pequeñito que le resulta insuficiente para dominar su cuerpo de mastodonte. Tiene la estatura para haber jugado en un equipo de básquet de tercera categoría, pero lo único destacable en su vida es un permanente carnaval, que le permite encasquetarse varios disfraces que evocan a sus ídolos comunistas…
En estos días apareció con el mostacho y la vestimenta de Stalin. Se parecía al georgiano, a quien no se le aguaba el guarapo a la hora de ordenar los más atroces asesinatos de amigos, familiares y camaradas hasta sumar una escandalosa cifra de muertos, que le disputan el primer lugar a Hitler. Stalin tenía fama de parco. Su estampa es la de un criminal silencioso, paranoico, que marcaba a sus víctimas con un abrazo frente a los sicarios que debían hacer el trabajito.
Y donde el tirano soviético “ponía el ojo ponía la bala”. Fue así como el catalán Ramón Mercader le agujeró la cabeza a León Trotski en México, a quien según Leonardo Padura – en su novela, El Hombre que Amaba los Perros – Mercader nunca conoció en persona, pero le obedeció a Stalin con la ceguera ideológica, propia de un comunista.
Pero el camaleón de estas tierras es sólo un remedo de aquel. Una diferencia muy evidente está en que la subespecie de estos lares habla demasiada paja, sin que podamos extraer algo medianamente relevante de sus interminables chácharas. En esto es más parecido al difunto barinés, a quien imita y ve “en cada pájaro que vuela”. Se muere por un micrófono y por una cámara de TV para “nadear”: decir naderías para amargarnos la tarde o la noche…
Clona al “supremo” con una megalomanía descafeinada e incolora, que también exhibe en escenarios internacionales para avergonzarnos el gentilicio. ¡Qué pena con ese señor cuando se lanza en una de estadista! Salvador de la humanidad, intelectual de altos quilates que le da lecciones al mundo sobre los temas más trascendentes de la civilización occidental. Cuando lo hace muestra su ignorancia enciclopédica de la que no se ha enterado. Cual Gómez, “el cargo habilita”, dirá él…
También se disfraza de cortador de caña cubano, pero no participó en ninguna zafra de las que Fidel montó para hacer de su latifundio una potencia azucarera. Hoy el senil dictador edulcora su café con otras sustancias, y el azúcar es importado y pagado con el tributo que llega – en formato de divisas – de su colonia venezolana.
Maduro es, pues, un pésimo actor al que se le ven las costuras. Incapaz de convencer a los espectadores con sus peroratas cargadas de las más burdas mentiras, sólo provoca burlas, bostezos y rabia con sus disfraces, sus interminables y anacrónicos monólogos, que hablan de “acupuntura de las divisas” que ni él sabe qué significa eso, para justificar su aparición en el sistema mediático nacional a través de sus ladillosisimas cadenas.
Algún estudioso de la mente puede concluir que el inquilino de Miraflores tiene personalidad múltiple. Que en su cuerpo se alojan, entremezclan y confunden una variedad de voces, que usa acorde con el disfraz del día. Él es un mosaico. Fragmentos de otros, cuyo común denominador es ser un insufrible estorbo para los pueblos a quienes dicen defender y salvar. ¡Qué pena con ese señor!, reza el viejo chiste…