Es lo que decimos siempre cuando no se nos da lo que pedimos y cuando vemos que las situaciones espantosas en el mundo, en nuestra patria, no se resuelven, no pasan, el deterioro avanza y la desesperanza invade: Dios está dormido. Lo estuvo Jesús en la barca en medio de la tempestad del lago de Tiberíades. “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” gritaron los discípulos y él despertó, increpó al mar, al viento y todo se calmó (Cfr. Mat 8, 24-26). No sabemos esperar ni entender el tiempo de Dios.
Dice san Juan de a Cruz: “Que esta es la bajeza de esta nuestra condición de vida, que, como nosotros estamos, pensamos que están los otros (…) Y así, el ladrón piensa que los otros también hurtan, y el lujurioso piensa que los otros lo son (…) Y de aquí es que, cuando nosotros estamos descuidados y dormidos delante de Dios, nos parezca que Dios es el que está dormido y descuidado de nosotros…” (Llama B, canción 4, 8).
Queremos que Dios nos arregle todo pero nosotros no arreglamos nuestra situación con Dios. Venezuela es, en estadística, un país católico, están bautizados la mayoría de sus habitantes, pertenecen a la Iglesia Católica creada por Jesucristo para guardar su doctrina, enseñarla y darnos los preceptos necesarios para encaminarnos a la salvación. Uno de esos pocos preceptos obligatorios es oír misa entera los domingos y días de fiestas de guardar y entre nosotros sólo un 7% de la población lo cumple y, entre éstos, son muchos los que llegan tarde. ¡168 horas tiene la semana y le negamos una a Dios! ¿Quién está dormido? Y así otros preceptos más descuidados aún, como confesarse con frecuencia o al menos una vez al año por la Cuaresma e igualmente comulgar. Pocos se acuerdan. No es Dios el que duerme.
Esto en cuanto a preceptos que, después de todo, aunque se cumplan rigurosamente, no garantizan una vida cristiana fecunda, con el corazón abierto hacia los demás. Si no vivimos las obras de misericordia, seguimos en sopor.
Así no reconstruiremos un país. Gastamos mucha labia criticando a la oposición y pontificando sobre lo que debería o no debería hacer, pero no aportamos nada para alcanzar o siquiera buscar soluciones, más bien con la crítica somos una rémora, carcomemos la unidad. Se nos puede aplicar una de esas célebres sentencias de Les Luthiers: “Si no eres parte de la solución tampoco seas parte del problema”. Si no tenemos ánimos para lanzarnos al ruedo, al menos quedémonos callados detrás la barrera, no malogremos el esfuerzo de los otros con el filo de nuestra lengua.
Es hora de despertar y aportar. Cada quien en su campo, en su estado, dentro de sus posibilidades. Con sólo realizar con precisión, amor y alegría el trabajo que tenemos entre manos -que es nuestra misión- contribuimos valiosamente al avance de la sociedad, del país. No restemos, sumemos fuerzas a la nación, que Dios no duerme, está activo esperando nuestro despertar para incorporarnos a su plan de recuperación y desarrollo de Venezuela. ¡Ea, en pie!