La demostración más grotesca de que este militarismo-despótico del Psuv además de ignorante es también necrófilo, está en que el presupuesto asignado al “cuartel de la montaña” es superior al del Pediátrico de Barquisimeto o la sala de parto del Antonio María Pineda. Dudo que durante el mayor esplendor de la URSS, se hayan destinado más rublos a la momia de Lenín que a las salas de parto.
Cierta izquierda – la que soporta su relato en ideas muertas – ha usado no sólo el nombre de algunos difuntos para propiciar su adoración, sino que también los ha momificado para explotar su imagen, mediante un turismo ideológico, que también busca sembrar en el imaginario de la gente el carácter inmortal del extinto, que reposa en un sarcófago a prueba de balas. Por ejemplo, las colas para ver a Lenín – y este columnista estuvo allí – demuestran que algunos cadáveres insepultos han sido muy rentables, aunque la “movida” se ha venido en los últimos años.
Fue Stalin, quien obligó al Poliburó a embalsamar y exhibir los restos de Lenín como símbolo para todo el proletariado y es también el que crea el “Comité para la Inmortalización”. Este sátrapa georgiano es, pues, quien le marcó la pauta a los comunistas, que hoy quieren hacer de déspotas y bates quebraos una suerte de deidades paganas, a quienes unos atolondrados deben idolatrar y rendir culto.
Cuando Stalin creó el “Comité de Inmortalización” imaginó que estaba resolviendo también su propia perpetuidad. Aspiraba al mismo tratamiento que él impuso para Lenín. Pero, Nikita Kruschov y más adelante la caída del muro de Berlín y el desplome de la URSS lo desenmascararon, al mostrarlo como el despiadado criminal que fue. Tiene lo suyo en Tiflis, pero en bronce.
Stalin, supone uno, no descansaría tranquilo en su tumba si supiera que la momia de Lenín es la más mimada de toda la historia, que cuenta con un equipo de 6 científicos, con recursos y esfuerzos, dedicados exclusivamente a preservarla. Después de 92 años embalsamado parece más joven y más vivo que nunca. Otro dato digno de ser rescatado, es que el citado grupo de científicos trabaja en los cuerpos de Ho Chi Min y de los norcoreanos Kim II Sung y Kim Jon-II, estos últimos abuelo y padre del desalmado Kim Jon-Un.
Luego, la necrofilia es una perversión que sólo sufre la élite comunista. Y es que el culto a la persona que estos profesan no se acaba con la muerte del gran líder, del padrecito, del gran timonel, del supremo. Los militantes, activistas y dirigentes en su fanatismo quieren venerarlos pero esto exige mantenerlos sobre la tierra y no en sus profundidades, como ocurre con cualquier mortal.
Claro, ir contra la cristiana tradición de la sepultura o la incineración es un privilegio del que gozan solo algunos cadáveres, pues se debe destinar enormes cantidades de dinero del que sólo dispone el Estado. Los gastos para mantener una respetable momificación son incuantificables. El extinto también debe tener un mausoleo, cónsono con la gratitud por los favores recibidos, y debe ser una “frutosa” joya arquitectónica que represente su majestuosa grandeza y deje asombrado al peregrinaje que vendrá a rendirle pleitesía con la frecuencia propia de quien necesita llenar su espíritu, con la energía de la deidad ante la cual se postran reverencialmente.
Para hacer parecer vivo a un comunista extinto es obligatorio sumergirse en conductas y prácticas necrófilas, que materialmente cuestan mucho, tal como ocurre con un cuartel que, además, está ubicado en una montaña. Por lo que, sin escrúpulos, ese dinero debe ser sustraído de maternidades, hospitales infantiles, prescolares y escuelas primarias. ¡Lo primero es lo primero, gritó el embalsamador!