Los argumentos, o la ausencia de ellos, a la hora de presentar el Gobierno a la Asamblea Nacional la solicitud de prórroga del Decreto de Emergencia Económica, no nos permiten presagiar que bajo los actuales responsables del Ejecutivo podremos ver solución, aunque fuera parcial, a los graves problemas que en ese orden nos afectan. Tampoco ha habido, en el lapso de vigencia del mencionado instrumento, forzado por el TSJ mediante decisión extravagante de la cual los magistrados y magistradas dudo que se sientan orgullosos, algún atisbo de medida que favorezca de un modo creíble la oferta de bienes, sea de producción nacional o importados, que incida favorablemente en el poder adquisitivo de la gente.
La peripecia del decreto no deja de ser curiosa. Negado por la Asamblea, el TSJ sentenció que dicha negativa era inválida por inoportuna y que, además, de cualquier manera carecía de efectos jurídicos, todo a contrapelo de la Constitución. Si fuera así, ¿qué es lo que ha pedido el Ejecutivo al Parlamento?
En el fondo, persiste un problema que es el verdadero. Decir que la causa de la escasez y la inflación es la “guerra económica”, es parecido a la embestida de Don Quijote a los molinos de viento creyendo que son gigantes. Claro que el entrañable Ingenioso Hidalgo, sea por inocencia o por alienación mental, era completamente sincero en el ataque, mientras que la inocencia o la sinceridad difícilmente podrían ser atribuibles a quienes tienen la responsabilidad de gobernarnos y en cuanto a la enajenación hay opiniones, sobre todo en ciertos casos, pero la mía no está científicamente calificada para emitir un dictamen. Prefiero consultar sobre eso a Marco Tulio Mendoza.
No veo cómo convenceremos a algún ser humano que invierta en Venezuela, insistiendo tercamente en un discurso que amenaza o ataca al empresario y niega la validez misma de la economía de empresa, que es como Juan Pablo II llamaba a la economía de mercado. Seguridad jurídica, condiciones favorables o al menos justas, expectativa razonable de retorno de la inversión. Es lo que cualquiera espera. Lo mismo que valoración del trabajo, estímulo al esfuerzo. Así es que progresan las naciones.
Siempre fue un defecto de nuestro modelo económico la excesiva dependencia del petróleo. Hoy somos más dependientes que nunca. Después de la década de mayores ingresos en toda la historia de Venezuela, parece que recién saliéramos de una guerra. Poco que tenemos para vender aquí y nada para vender afuera, y la reservas de divisas, ferozmente castigadas por el despilfarro, la corrupción y el endeudamiento, ya no alcanzan para comprar nada afuera, como habían resuelto nuestros aprendices de brujo que haríamos mientras se destruía el aparato productivo nacional pero con el ingreso petrolero aguantaríamos importando, mientras construíamos el socialismo. Nuestro crédito se agotó, siempre por causas gubernamentales. Los proveedores del gobierno porque éste no les paga, y los de la empresa privada porque estos no pueden pagar, ya que el gobierno no les liquida las divisas que solo el gobierno vende.
De ese delirio, escombros económicos, y una retórica que se repite y se repite, como una grabación, absolutamente impermeable al aguacero de la realidad que es ya una inundación. La tarea de la política es destrancar ese juego, resolver y sacar al país del tremedal. Si la política no lo logra, por el motivo que sea, caeremos en las temibles garras de la antipolítica que puede sacarnos de Guatemala y meternos en Guatepeor, como es su especialidad.