Muchos estamos convencidos de que al fin comenzamos a ver algo de luz al final del túnel. Pero no nos confiemos: aunque el régimen ha perdido mucha popularidad y está enredado en las complejidades económicas de las que no parece tener salida porque no entiende de economía, sus líderes no han perdido un ápice de su convicción de que al final, el socialismo del siglo 21 va a funcionar y que las multitudes volverán a apoyarlo.
Pero la verdad pura y simple es que el socialismo del siglo 21, al igual que los otros socialismos marxistas, no necesita ser popular ni funcionar bien para seguir gobernando: le basta ser lo suficientemente represivo y autoritario. Si el socialismo cubano ha sobrevivido 60 años no es por la calidad de vida que le brinda a su población, sino por el duro control que ejerce sobre ella. Todos están obligados a un doble discurso: por un lado, frente a los extraños y sospechosos de ser soplones, alaban al régimen, y por otro, en privado, lo maldicen pues saben que su modo de vida no va a mejorar sustancialmente por mucho que trabajen y se empeñen y ven en la emigración, legal o ilegal, una salida.
El gran problema de Cuba es que su economía no genera lo necesario para cubrir el consumo interno y dejar algo para exportar. Es lo mismo que han hecho aquí convencidos de que los burócratas podían sustituir al empresario privado mientras se aprovechaban los precios petroleros para importar todo. Resultado: la industria está destruida, los funcionarios no saben gerenciar o son ladrones y el precio del petróleo no alcanza para nada.
El gobierno no miente cuando habla de guerra económica: la que ellos adelantan contra el empresariado y las empresas que aún no han dejado de producir, pese a todas las dificultades que deben superar todos los días. El gran delito de la Polar y de Lorenzo Mendoza está, entre otras cosas, el seguir produciendo y poner en evidencia lo improductivas que son las empresas propiedad del Estado y lo incompetentes que son los funcionarios que las dirigen o las roban.
El gran aporte que la iniciativa privada le hace al país es que el emprendedor resuelve por su cuenta su problema económico, haciendo todo lo posible por cuidar y consolidar lo suyo. Por supuesto que las cosas no son tan simples, pero en la medida en que los empresarios actúan y resuelven ayudar al resto de la sociedad que se beneficia de sus productos, el Estado no tiene que ocuparse de él y puede concentrarse en quienes sí necesitan ayuda: los niños, los ancianos, los enfermos.
Ciertamente, la patria que queremos no es esta.