Buena Nueva – Bando ganador

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La lucha espiritual no se ve a simple vista, pero es real. Desde el comienzo, y también hoy, hay una guerra implacable entre las fuerzas del Mal (de Satanás) y las fuerzas del Bien (de Dios). Y el Demonio, mentiroso de oficio, hace creer que va a ganar esta lucha.

La Cuaresma, que comenzamos con el Miércoles de Ceniza, nos invita a apertrecharnos para esa lucha espiritual. ¿Cuáles son nuestras armas? ¿Cuáles son nuestros pertrechos? ¿Qué nos propone la Iglesia?
EL ayuno como respuesta a la sensualidad, la limosna para atajar la avaricia, y la oración contra la autosuficiencia. Estos ejercicios nos ayudan a desprendernos de lo que nos impide ganar el combate espiritual.
La Liturgia de Cuaresma se nos abre precisamente con la batalla espiritual que Cristo libró contra el Demonio después de haber pasado cuarenta días de ayuno y oración en el desierto.

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Al terminar su retiro, nos dice la Escritura que Jesús “fue tentado por el Demonio” (Lc. 4, 1-13). ¡Tal es la soberbia del Maligno: pretender tentar al mismo Dios! Lo primero que se nos ocurre es pensar en su tremenda osadía, osadía que no pasa de ser necedad y brutalidad: ¡cómo ocurrírsele que Dios iba a caer en sus redes! Allí en el desierto, Jesucristo hizo que Satanás probara su derrota, derrota que completó con su Cruz y su Resurrección. Y esa derrota será plena y terminante el día de su venida gloriosa, cuando regrese a establecer su reinado definitivo y ponga a todos sus enemigos bajo sus pies.

Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (394) que el Demonio pretendió desviar a Cristo de su misión. ¡Qué osadía! Y pretendió esto con tres tentaciones: una de poder, otra de gloria y triunfo, y otra de bienestar material. El bicho sigue con el mismo guión: es lo mismo que nos ofrece hoy en día a todos los que quieran estar en el bando perdedor.

Con la primera tentación, el Demonio invita a Jesús a convertir las piedras en pan para calmar su hambre. Es una tentación de poder, pero también de complacencia de los sentidos para consentir el cuerpo. No hay que sufrir, si con poder se puede aliviar cualquier cosa. Tentación también muy presente en nuestros días.
La segunda tentación fue de avaricia y poder temporal, por supuesto acompañada de su siempre presente mentira: “A mí me ha sido entregado todo el poder y la gloria de (todos los reinos de la tierra) y yo los doy a quien quiero”. ¡A cuántos no ha engañado el Demonio con esa mentira de ser el dueño de lo creado y de que si se le rinden y lo adoran a él, en vez de a Dios, él les dará lo que le pidan!

La tercera tentación fue de orgullo y soberbia, triunfo y gloria. Y en ésta sí se pasó de osado: tentó al mismo Dios con la Palabra de Dios. Le sugirió que se lanzara en pleno centro de Jerusalén de la parte más alta del Templo porque, de acuerdo a la Escritura, los Ángeles vendrían a rescatarlo en el aire. Imaginemos lo que hubiera sucedido con un milagro así: ¡Jesús reducido a superman! Sabemos por la Biblia -y por experiencia- que nosotros no vamos a estar libres de tentaciones. La santidad no consiste en no ser tentado, sino en poder superar las tentaciones. Y contamos con toda la ayuda necesaria de parte de Dios para estar en el bando ganador, para ganar las batallas espirituales y la batalla final.

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