Algo sucede con las palabras que salen de la boca del Presidente de la República. O del Ministro. O del diputado del gobierno. Han dejado de ser palabras. En realidad, apenas llegan a ser sonidos. Susurros del vacío. Ondas dormidas que balbucean un extravío. La mentira deviene un perfecto coro con orgullo partidista e irresponsabilidad anti-imperialista.
Gritan eficiencia. Declaran, luego de 17 años, declaran el “fin del rentismo petrolero”. Pronuncian la palabra “productividad”. Frasean “motores de la economía”, pero solo se escucha un ahogo, un desvarío, que habita en cada minuto de todas las horas de todas las cadenas, derroche inútil de utilería y escena, que logra la exacta eficacia del tedio.
Mientras Nicolás Maduro se hunde en el pantano de su inacción, en la inamovible certeza de su delirio socialista, el país avanza hacia el deterioro progresivo, y la inflación, es el correlato implacable de la destructiva ignorancia revolucionaria.
El gobierno intenta gobernar, pero… ¿lo logra? Según investigación de Cedice (Centro de Estudio y Divulgación del Pensamiento Económico) 2.740 casos de violaciones a la propiedad privada se registraron entre el 2005 y 2015. Pero hoy, súbitamente, sienten un acceso de fervor empresarial, y los convocan e invitan. En realidad no creen ni en la empresa, ni en los empresarios ni en la productividad. Sólo se aferran a cualquier artimaña que les permita seguir en el poder.
Mientras el Jefe del Ejecutivo y el resto de la comitiva, en plan de eco guionesco culpan a la burguesía “parasitaria” de su fracaso y de la escasez, funcionarios de la red de abastos Bicentenario y Pdval son detenidos por vender y desviar alimentos con precios regulados en el mercado negro. En verdad, la penuria es tal, que la penumbra cubre a un mercado donde nada se consigue al precio “justo” de la mentira e irrealidad, porque los dólares se los robaron, y porque nadie produce a pérdida, como quiere la “revolución”.
Mientras Maduro se refugia en la cínica fachada de un TSJ con sello rojo y sumisión chavista, de dudosa legitimidad, en las calles las colas se extienden como la angustia de que el bolívar “fuerte” es menos que un espejismo, una masa de billetes que pierden cada día su valor. La parálisis contagia a las industrias que luchan por sobrevivir el asedio colectivista y comunal. No hay medicinas. No hay tratamientos. No hay cifras ni de la realidad macroeconómica ni de la sanitaria o epidemiológica. El gobierno ha clausurado la realidad. Pero la realidad se empeña en mostrarse, y en algún momento, se hará sentir.
Como los pranes, que desde las cárceles han creado un nuevo “orden”, oculto, subterráneo, pero con miles de tentáculos para satisfacer la avaricia del hombre nuevo y del socialismo cívico-militar y boliburgués que nos conduce por inercia al abismo. ¿Dónde comienza y dónde termina el poder de un pran? ¿Dónde comienza y donde termina el poder del Estado? Para muchos, eso ya no importa. Al final, solo nos quedan dos cosas. Pran y circo.
@alexeiguerra