Crédito y credibilidad

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Credibilidad y crédito son términos inseparables. No puede haber uno sin el otro.
Hace exactamente 24 años – el 4 de febrero de 1992 – Venezuela entró en una espiral de desprestigio internacional que la arrastró desde puntal democrático del Hemisferio hasta niveles equiparables a república bananera o satrapía africana.

Hoy muy pocos en el escenario mundial la toman en serio, la respetan, o le creen. Una política exterior infantil, chabacana y soez destrozó su imagen externa. El manejo visceral, ingenuo e irresponsable del recurso petrolero no consiguió más que efímeras “alianzas”, basadas en el más crudo oportunismo.

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Uno de los retos más difíciles en el rescate de la economía nacional será restablecer la credibilidad internacional de Venezuela, y erradicar una perniciosa imagen proyectada en grandilocuentes habladeras de pistoladas.

No será fácil, pero se recorrerá un buen trecho si se consolida una transición pacífica, democrática, electoral y constitucional, que supere el actual marasmo político. La valiente persistencia demostrada por sus fuerzas democráticas constituye otro tanto a favor del país. Todo ello logrado por cuenta propia, sin alimentar espejismos de ayuda externa.

Pero es fundamental complementar logros tan meritorios con una política exterior adulta, digna del siglo XXI.
Será necesaria una actitud sin complejos, a conciencia de que todo país serio ejerce su soberanía tranquilamente, sin gritos, estribillos y bravuconadas.

Hará falta una diplomacia inteligente, que comprenda que en la actualidad los únicos verdaderos imperios son los de la tecnología y el saber; y que procure un posicionamiento constructivo sin pretender fantasiosos liderazgos internacionales.
Requerirá una representación digna e inteligente, consciente que las relaciones entre naciones no dependen de simpatías o antipatías personales; y que olvido el sobado mito de la “fraternidad de los pueblos”.

Sobre todo, se necesita una postura internacional bien lejos de todo gobierno forajido, de genocidas, asesinos y torturadores; y una conducción que promueva los verdaderos intereses económicos del país, generando confianza, crédito e inversiones.

Salir de la vergonzosa etapa actual por vías pacíficas ayudará mucho, pero será también necesario incorporar lecciones aprendidas muy dolorosamente en los últimos años.

Y la primera es aceptar que los problemas del país necesitan soluciones domésticas, sin buscar culpables afuera; y que a la larga el crédito externo de toda nación es reflejo exacto de la credibilidad de sus políticas internas. No queda otra.

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