El país está, en el mejor de los casos, en el mismo lugar en el que el proyecto revolucionario comenzó. No solo en términos de indicadores sociales la situación luce peor, sino que todos los indicios apuntan a que la única solución posible a esta altura es la misma contra la que juraron luchar, un “paquete neoliberal”.
Una política agresiva de recolección de impuestos, aumento de la gasolina, más pronto que tarde la devaluación de la moneda, son elementos de un “paquete”. Ciertamente aún no se asoman otras medidas más drásticas, como venta de activos de la nación (privatizaciones), y seguramente, en última instancia, disminución del gasto fiscal. Este último representa un problema particularmente importante para el Gobierno, pues su modelo político se sustenta fundamentalmente en un clientelismo burocrático (empleados públicos) y populismo.
Lo cierto es que a la economía no se le puede engañar, es un reloj al que en algún momento hay que ajustar. La cantidad de desequilibrios que ha acumulado el país obligan a que estas medidas que permitan recuperar los desequilibrios macroeconómicos sean drásticos, aunque hay que decirlo, menos de lo que serían en un país con menores recursos que Venezuela.
La gran incógnita es a quién le tocará “apretarle el cinturón” a los venezolanos. Los problemas de gobernabilidad actuales que enfrenta el Gobierno, confirmados por la derrota electoral, parecen indicar que la gestión actual no cuenta con el suficiente margen para maniobrar. Aunado a ello, las ideas que predominan en éste actúan como barreras que le impiden pensar en medidas de carácter estrictamente económico.
Todo parece indicar que será otro Gobierno al que finalmente le toque asumir las medidas definitivas. De ser esto así, debe hacerse en el marco de un acuerdo nacional que incluya a la izquierda (que no es lo mismo que incluir al Gobierno actual). Si esto no se hace, la inestabilidad política acabará con cualquier posibilidad de rectificación profunda y sostenible. Y esto lleva a otra gran interrogante, y es si existe en el país una izquierda lo suficientemente moderna y responsable como para asumir este gran reto.
Si la respuesta a la interrogante anterior es que efectivamente esa izquierda existe, es momento que ésta de un paso al frente y busque ser parte de un acuerdo nacional. Si no existe, lo mejor que pueden hacer los factores de la oposición es propiciarla. El peor error que se puede cometer pensando en la Venezuela de los próximos años es creer que se podrá gobernar sin factores que representen los principios de la izquierda, y particularmente que estén al frente reivindicando algunas ideas con las que el llamado pueblo se identifica.
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