Este título se lo robé a un joven y brillante periodista, Roberto Rodríguez Mijares, con quien conversaba que ya ni en casa estamos tranquilos. Parece que ha transcurrido un siglo desde que Caracas era la sucursal del cielo. Y así mismo, toda Venezuela.
Y es verdad que ni optando por la evasión se descansa. Porque todo se ha enredado, y si el gobierno opta por seguir escurriendo el bulto y no acepta que sus políticas económicas han sido catastróficas, seguirá enredándose.
Por ejemplo: un muchacho como Roberto decide quedarse en su casa una noche de un viernes. Invita a un par de amigos a cenar, él mismo cocinará. Tuvo que cambiar de menú tres veces mientras estaba en el supermercado porque no encontraba lo que quería cocinar. Nada complicado, tal vez si hubiera querido preparar blinis con caviar hubiera sido más fácil conseguir los ingredientes.
Prende la televisión para ver si hay algún programa que valga la pena y ¡zas! le cae una cadena. Como tiene cable, sonríe complacido y cambia de canal. Encuentra una película que le satisface cuando en ese momento, se va la luz. A oscuras empieza a buscar velas. Las encuentra, pero se da cuenta de que no tiene fósforos. Hace rato que no se consiguen. Y la cocina es eléctrica. Respira profundo y se sienta a esperar.
Como la luz no regresa, decide que aún a oscuras tomará un baño para relajarse antes de empezar a cocinar. Entra al baño y se desviste, pero hay un detalle que pasó por alto: como no hay luz, el hidroneumático no funciona: es decir, que tampoco hay agua. Se dirige de nuevo hacia la cocina. Tal vez la ansiedad que empieza a agobiarlo sea hambre. Piensa en hacerse un sándwich como tentempié, pero recuerda que esa mañana no consiguió pan. Alumbrándose con el celular saca los ingredientes para la cena, pero la luz no ha vuelto. No podrá cocinar hasta que no regrese. En ese momento oye los gritos del vecino: la puerta del estacionamiento la dejaron abierta y desvalijaron los carros. Uno es el suyo. Le quitaron las cuatro ruedas y la batería… quién sabe qué mas. Le empieza una terrible jaqueca. Llama a los amigos para que le traigan un calmante. Una hora y cinco farmacias después, llegan: “chamo, no había ni ibuprofeno ni acetaminofén”. Y la luz todavía no ha vuelto.
Venezuela, hoy. La sucursal del infierno.