Con ese título, obviamente no voy a escribir ni de la política ni de la economía venezolana, que generan en la mayoría de nosotros exactamente el sentimiento contrario. Quiero volver a contarles mi experiencia personal en la procesión de la Divina Pastora. Como todos los años, vine desde Caracas a Barquisimeto el 14 de enero a esta manifestación maravillosa, de fe y de pueblo, que todavía logra emocionarnos como la primera vez, a mí, a mi esposa (que es de aquí) y a mis hijos que han venido a rendir homenaje a la Virgen 11 veces en sus 11 años.
En esta manifestación de fe, que es la tercera devoción mariana más importante en el mundo después de la Guadalupe y la Virgen de Fátima, pero la procesión más grande del mundo (considerando que a la Fátima le hacen peregrinación y a la Guadalupe romería), los asistentes tenemos un encuentro con una combinación espec- tacular de tradiciones eclesiásticas y de la cultura popular como quedan pocas en Venezuela. Es la posibilidad de asistir a la integración de una sociedad completa, sin distingo de clases ni preferencias políticas, que toma la calle.
La calle, ese espacio infinito de la ciudad que hemos perdido de nuestro día a día debido a la inseguridad y a la desidia, pero donde todavía somos capaces de tomar y coincidir cuando un tema potente nos une y nos emociona. En este caso hablo del milagro de caminar alegres y emocionados al lado de cientos de miles de personas que quizás no hemos visto nunca antes, pero que se vuelven comunes y cercanas porque están convocadas por la misma emoción y que dicen presentes con el mismo objetivo que tú, rendir homenaje a la Virgen, pero también a la ciudad, a su gente y a la vida.
La procesión de la Divina Pastora es un encuentro con el país que queremos. Ese que logra ponerse de acuerdo y coordinar para proteger a su gente, donde uno cuida del otro dándole agua, frutas, bebidas energéticas. Ese que se llena de música para honrar a la patrona, pero también a sus visitantes. Ese donde los edificios se adornan para mostrar lo mejor de cada quien. Ese país llega e inunda cada espacio cuando la Pastora pasa y no importa si eres o no un fiel comprometido: sientes la fuerza de esa Virgen que logra lo que ni los políticos ni los partidos ni los gobernantes ni los líderes políticos han aprendido a hacer: emocionar al pueblo entero y hacerlo sentir lleno de esperanza, optimismo y fe.
A lo mejor a un porcentaje muy alto de quienes están ahí les cuesta mucho ir a misa, pero el contacto con el otro que se tiene en este recorrido nunca pasa desapercibido en las vidas de quienes lo hayan experimentado. Las calles de Barquisimeto se vuelven propias. A más de uno le pasará como a mí, que siendo hijo de la Virgen de Regla, en mi pueblito tovareño y de la Virgen del Valle, al lado de quien nació mi papá, nunca dejo de sentirme este día como el más guaro de los caminantes que van desde Santa Rosa a la Catedral.
Ojalá hubiese miles de Pastoras que lograran que cada una de sus ovejas de todos los colores entendieran lo importante del rebaño, la fuerza que tienen las manadas. Aunque a veces tengan que darle su bastonazo a las que se descarríen.
Al final, cuando todo termina, también emociona ver cómo los gobiernos regionales son capaces de limpiar la ciudad, cuidar a sus ciudadanos y celebrar con el pueblo todo el hecho de que, más allá de nuestras diferencias y preferencias diversas, todos tenemos más cosas en común que asuntos que nos separan.
Caminar con la Pastora me llena de alegría y de esperanza, porque me recuerda que no importa lo que estemos pasando, juntos, con un objetivo común y con la fuerza del corazón… claro que sí se puede.
@luisvicenteleon – [email protected]