Por la puerta del sol
Lo mismo que ocurre con las guerras lo espantoso de las tiranías es que quienes van al frente glorifican sus banderas, se elevan como supremos adalides, se santiguan, piden permiso a Dios y su bendición para ir tras la destrucción y aniquilamiento de su propio hermano…
Cuando los dictadores entran a gobernar (sea por golpe de fuerza o mediante elecciones), en ocasiones entran disfrazados de humildes ovejas, de demócratas; pero son capaces una vez posesionados, de acudir a todo tipo de engaños y trampas, sacando a relucir sus garras de lobo, para así permanecer indefinidamente en el poder. Apoyándose en la legalidad anulan la autonomía, poder y vigilancia de los entes controladores.
El pueblo termina padeciendo el desorden del gobernante, el de sus farsas, demagogias y discursos vacíos, el constante desprecio hacia los que piensan diferente, el de reprimir la libertad de expresión, restringir el derecho a la propiedad privada y su demostrada incapacidad de desarrollar la riqueza en bien de todos etc. Todo esto termina agotando la paciencia del pueblo que no está dispuesto a seguir siendo abusado, irrespetado y maltratado al antojo de quien manda.
Cansados y fatigados de sus necesidades no satisfechas, caen los pueblos en las falsas promesas de seudopolíticos que ofrecen todo y no dan nada, que aseguran tener la solución mágica para todos sus males y más bien los multiplican y agravan. Tarde se dan cuenta que El salvador elegido termina siendo un depredador, cuyo principal objetivo aparte del de querer enquistarse eternamente en el poder, es el de aniquilar la disidencia anulando a la postre los sueños, derechos y libertades de toda la sociedad. “Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción” (S.Bolívar)
Los tiranos no aceptan límites, sojuzgan y dominan mediante el capricho, reducen la diversidad humana a un único modelo, pervierten el principio de la unidad, son contrarios a la prudencia, a la libertad, a la justicia para todos por igual etc. Un presidente es un ser como cualquiera de nosotros, de sangre, carne y hueso, no es un dios ni un ser venido de otra galaxia. Elegido por el pueblo, su obligación es servirlo, no tiranizarlo, pues es al pueblo al que debe su posición.
Los dictadores se hallan rodeados de una corte de adulantes que elevan su ego para obtener suculentas prebendas. Bajo la influencia de la servidumbre el espíritu público desaparece. El gran problema de las dictaduras es que solo aceptan como fuente de legitimidad el brazo de su poder. Para estos regímenes expresa Claude Pollín “Un grano no es nada fuera del montón de arena”.
No hay dictadura bondadosa, todo lo dominan y todo lo destruyen. Estos factores a la larga son los que llevan al colapso, desmoronamiento y caída de las dictaduras, dejando claro que el poder no las hace inmunes, ni intocables.
La mentira es el decálogo de las tiranías. Criminalizan la noticia y opinión de la verdad, se creen ungidos por la historia como salvadores de pueblos, a nadie consultan ni piden permiso, no toman a sus electores en cuenta sino para agobiarlos con sus imposiciones, impuestos y todo tipo de arbitrariedades y caprichos. Todo es una mentira en ellos. Un día hablan del derecho a la propiedad y al día siguiente envían sus esbirros a expropiar cualquier cosa que les guste o aparezca en su camino. Todos sus desafueros los ocultan en una farsa de legalidad.
Son sus mismas actitudes las que nos han enseñado que hay que rechazar toda tiranía de carácter personal.
“Hay momentos en que la mentira por ser mentira, no puede seguir siendo sostenida por más tiempo. La realidad no soporta más el peso de su propia negación” (Fernando Mires)
Termina la mentira su mandato; los pasos hacia el cambio son irreversibles, fortalecida reverdece la esperanza, palpita de alegría el corazón, hoy más que nunca confiamos en el hombre que se hace presente en los inimaginables rincones de la miseria.
Sabemos hacia dónde vamos. La llama de la fe ratifica que hay una ruta, un camino y una meta de cambio. La ruta está trazada.
Votantes: he allí el camino, he allí el hombre.