Mis recuerdos de fin de año están, inevitablemente, ligados a la emoción que empezaba a sentir varias semanas antes porque sabía que algo bueno iba a pasar la noche de navidad.
Acababa de caer el régimen de Marcos Pérez Jiménez y se desató una persecución contra los extranjeros, en particular los italianos, a los que la gente asociaba con los constructores que se habían beneficiado de sus relaciones con el régimen. Así, fueron muchos que prefirieron salir del país y ponerse a resguardo de la posible violencia y, al hacerlo, tenían que vender sus activos, donarlos o abandonarlos.
Fue por esta razón que a mediados de diciembre de 1960 un amigo de mi padre le regaló una caja llena de libros que resultaron decisivos para muchas de las cosas que haría después. En la caja habían libros para todos y a mi me tocaron varios volúmenes de El Tesoro de la Juventud. Ya estaba aprendiendo a leer y en los años siguientes siempre terminaba hundido en sus páginas a las que siempre encontraba seductoras por la variedad de temas de los que se ocupaba.
Los libros me abrieron un mundo del que no sospechaba su existencia y menos viviendo en la pequeña y provinciana ciudad del interior cuyo horizonte cultural se limitaba a cardones y chivos. Encontraba que nada se comparaba a abrir cualquier página y viajar a cualquier tema, tiempo y lugar y aprender de todo lo que los libros podían enseñarme.
Por supuesto, ocurrieron otras navidades con regalos, algunos mejores que otros, pero esos libros fueron mi mejor regalo de navidad, me convirtieron primero en un lector, un curioso que siempre quiere aprender, un vicio que hoy, 60 años más tarde, sigo disfrutando y me siguen ayudado a ser lo que soy.
Con razón afirmaba Borges que él no era los libros que había escrito, sino los que había leído: todo pensador, de cualquier rama, es, primeramente, un lector infatigable. Y los libros no necesitan esperar a que llegue diciembre para ser regalados.
Uno de los grandes orgullos de mi juventud era tener una biblioteca y verla crecer, hoy creo que lo importante es quedarse solo con los que de verdad son parte del paisaje intelectual personal e ir intercambiando o regalando los ejemplares de los que podemos desprendernos. Venezuela necesita mucho de personas educadas y a esto ayuda mucho el hábito de la lectura.
El amigo de mi padre quizas no estaba al cabo de imaginar que me estaba regalando una llave para entrar a ese esplendido mundo del conocimiento. Haga Ud. lo mismo, regale libros, no importa que sean viejos o usados. No acumule bibliotecas, póngalas en manos de otros.