El profeta Ezequiel dijo que “Dios ciega y endurece a los pecadores, no obligándoles al mal sino dejando de socorrerles y por consiguiente abandonándolos”, frase que el uso popular ha resumido diciendo que “Dios ciega al que quiere perder”.
En política, la soberbia y el fanatismo tienen este mismo efecto en quienes adhieren incondicionalmente a doctrinas que les alejan por completo de la realidad hasta llevarlos a un desenlace fatal.
En algunos casos se trata de verdaderos creyentes, en otros de ignorantes con la cabeza llena de cuentos chinos que repiten cual loros; y aún en otros de sujetos acorralados, sin otro recurso que aferrarse a un libreto ficticio para no reconocer sus propias canalladas.
El fenómeno se hace agudamente evidente en las fases finales de algunas dictaduras, en las que los principales responsables se aíslan dentro de una realidad imaginaria, cometiendo errores y fechorías cada vez más graves que les hunden aún más en un pantano inescapable.
El arquetipo de estas situaciones lo protagonizó ese Hitler delirante encerrado en su búnker, pero la mitología “revolucionaria” latinoamericana presenta otras situaciones en que los zarpazos de una bestia política herida se van agravando a medida que llega a sus últimos estertores.
Un “socialismo” realmente democrático del siglo XXI por lógica se adaptaría a la cambiante realidad política, para conservar sus fuerzas y presentarse como opción a futuro en nuevas oportunidades dentro de un sistema de libertades ciudadanas.
Pero esa alternativa desaparece cuando alguien se quita la careta democrática y desnuda su verdadera naturaleza egocéntrica, totalitaria y absolutista. El caso se torna patético en un ejercicio post mortem por parte de un grupo sin otras dotes, que se aferra al mero recuerdo de un caudillo fulgurante, pero fenecido.
Venezuela inicia el 2016 con el aliento de saber que por lo menos un 58% de su población opta firmemente por alternativas democráticas, a pesar del constante martilleo de una propaganda contraria durante más de cinco lustros.
Pero al mismo tiempo recibe el año acosada por un grupo aferrado, dispuesto a cometer todo tipo de atropello político y económico con tal de mantener la ficción de sus prédicas en medio de una creciente hecatombe material y social: Lamentable realidad que a futuro debe traducirse en vacuna permanente contra todo tipo de prédica similar a la sufrida hasta el presente.
Mientras tanto, que la fe en un pueblo obstinado en ser libre sustente a la gente buena de esta nación hasta que pase el torbellino. ¡Feliz año nuevo!